Florida, 26 sep.- Para nadie es un secreto: la Cuba en que vivimos hoy carece de un grupo considerable de recursos materiales, imprescindibles para el pleno bienestar de la mayoría de aquellos que decidieron quemar las naves y permanecer en este puerto, pese a las tormentas y amenazas impuestas en el camino del país hacia la prosperidad deseada.
Y es, sobre todo, en la mesa donde sufrimos el mayor impacto diario, frente al caballo de una inflación que cabalga desbocada, y coloca el precio de los productos agropecuarios: viandas, carnes y verduras, a una altura casi inalcanzable para el bolsillo del trabajador honesto.
Pero esta misma nación bloqueada, apretada hasta el tuétano por la mano del imperio y también, por qué no decirlo: por la falta de empuje de muchas de nuestras manos, cuenta con un recurso envidiable a disposición de todos en cualquier lugar: la tierra más fértil que se haya visto jamás.
¿Cuántas viviendas y barrios en este municipio cuentan con patios o solares ociosos, donde pueden cultivarse los boniatos y las frutabombas, o criar esa gallina o conejo que en cualquier timbiriche valen más que las joyas de la corona de Inglaterra?
¿Cuántas caballerías o hectáreas se pierden aquí bajo las malezas cuando podrían estar aportando comida para esa familia con posibilidades de explotarla con un mínimo esfuerzo colectivo?
No estamos soñando, ni hemos perdido el juicio: vivimos tiempos difíciles, pero la inteligencia, la voluntad y la convicción de levantarnos tienen que avanzar junto a nosotros.
Conocemos experiencias de criadores que en espacios reducidos obtienen parte de las proteínas para la dieta diaria y hasta ganancias por la comercialización a los vecinos; hemos visto de igual forma a centenares de floridanos preparar pedazos de terrenos inactivos con mucho sudor y sacar de ellos frutos y dinero en abundancia.
Lo reitero: nos faltan cosas, pero nos sobra aquí mucha tierra feraz, amplia, accesible y ociosa; la misma que en casi todo el resto del planeta muchos hombres y mujeres reclaman, incluso, al costo de la propia existencia.
No olvidemos lo que dijo José Martí, el apóstol de la independencia cubana: «la tierra es la única fuente pura, cierta y honesta de riqueza, y abrirse a ella es ir directo a la prosperidad».
Más que ambicionar el oro, es preciso cultivar «cualquier pedacito de tierra para salvar nuestra libertad y para salvarnos nosotros mismos.