Florida, 15 mar.- Los cubanos evocan el trascendente hecho histórico acaecido en esta de 1878 en los Mangos de Baraguá, donde el General Antonio Maceo junto a Manuel de Jesús Calvar, Vicente García y un pequeño grupo de combatientes dio respuesta digna y revolucionaria al oprobioso Pacto del Zanjón, que representaba una rendición de las armas cubanas y significaba una paz sin independencia.
El 15 de marzo se encontraron los generales Antonio Maceo Grajales y Arsenio Martínez Campos y allí, entre halagos de su homólogo, el Titán de Bronce comunicó a al militar español que no estaban de acuerdo con el pacto firmado, pues no contemplaba la independencia de Cuba, ni la abolición de la esclavitud.
Al protagonizar la histórica Protesta de Baraguá Antonio Maceo y sus compañeros enarbolaron la enseña que otros dejaron caer y lo hicieron con firmeza y sensatez; no fue un gesto romántico, ni el resultado de la pasión exaltada del líder insurrecto, sino la expresión de una vertical negativa a aceptar la derrota.
El hecho tiene un singular significado político en la historia de la lucha del pueblo cubano por su emancipación, pues, con su actitud, Maceo representa el paso de la dirección política de la revolución, de las manos de los representantes de una clase social que había demostrado su incapacidad para conducir razonablemente la guerra, a las de otra, dispuesta a proseguirla hasta conseguir los objetivos políticos que la habían llevado a la manigua: la independencia y la abolición de la esclavitud.
La Protesta de Baraguá significó un serio intento por continuarla lucha armada contra España y puso de relieve el principio de no rendirse jamás, de no claudicar ante las dificultades y los reveses; constituyó la reafirmación expresa del amor a la independencia y a la justicia social, y de hacerlo constar se encargaron los revolucionarios más puros, negados a dejar caer la espada.
Con justicia, José Martí, apóstol de la independencia cubana, la calificó como “Lo más glorioso de nuestra historia”.