En la última elección para presidente de Fidel Castro

La Habana.- Había frío en el Salón Plenario del Palacio de las Convenciones cuando pasaban las seis de la tarde del 6 de marzo de 2003. Estábamos a la expectativa generada por la ya inmediata comunicación oficial sobre el resultado de la votación directa y secreta que tuvo lugar horas antes.

Por Noel Domínguez

Periodista de Prensa Latina

Se elegiría nuevamente, entre todos los diputados nacionales ya nominados como se realiza cada cinco años, después de un largo proceso desde la base en las Elecciones Generales del Poder Popular para su Sexta Legislatura, la nueva Asamblea Nacional, así como también su presidencia y la del Consejo de Estado, su presidente y vicepresidentes.

Me acerqué discretamente al Comandante de la Revolución Ramiro Valdés y le susurré algo que no me estaba permitido, pero pudo más mi gran respeto y admiración para con él y la alegría que me proporcionó saberlo reelegido.

No pudo ni comentarlo, porque intempestivamente se personó en el escenario el presidente de la Comisión Nacional Electoral, Juan Vela Valdés, con los resultados finales del escrutinio en mano.

No por previsible dejó de emocionarnos a todos hasta los tuétanos, nuevamente y por muchas veces consecutivas desde 1976 en que se iniciara este democrático y singular proceso eleccionario en la Cuba revolucionaria, el Comandante en Jefe Fidel Castro resultaría electo para el cargo de presidente del Consejo de Estado de manera unánime.

Al igual aconteció con otros dirigentes como Raúl Castro, Juan Almeida y Ricardo Alarcón para las vicepresidencias y otros cargos. También otros compañeros fueron elegidos o reelegidos, aunque no de manera unánime pero sí por una gran mayoría.

La prevista elección y toma oficial de posesión predicha originalmente para el 5 de marzo tuvo que posponerse para el día 6. Nadie podía imaginar entonces fuera la última de Fidel Castro como presidente.

Venía de la clausura de la Conferencia Internacional por el Equilibrio del Mundo, del 29 de enero al 8 de febrero, participaría en la Clausura del Congreso Pedagogía 2003, otro evento el 10 en Sancti Spíritus, donde enfatizó que las ideas son el más importante recurso para salvar la humanidad.

Presidió días después la culminación del IV Encuentro Internacional de Economistas y otros. Pero lo más apremiante fue que el 24 de ese mismo mes dio inicio un intenso recorrido alrededor del mundo.

INTENSO RECORRIDO

Los días 24 y 25 de febrero estaba convocada en Kuala Lumpur, Malasia, una importante cumbre en medio de los riesgos de una casi segura guerra en Iraq. Era necesario realizar visitas a entrañables países amigos como Vietnam y China, concertadas para los días previos y posteriores a la reunión.

Asimismo resultaba inevitable hacer escala en Japón, de donde recibió invitaciones de importantes y apreciados amigos. Sin embargo, lo más substancial para él, lo que lo obcecaba como fundamental, era estar en Cuba para el 5 de marzo.

Por complicaciones del clima, no pudo salir de Hiroshima hacia La Habana el 3 de marzo. La delegación, previendo algún retraso, pidió a los compañeros en Cuba que aplazaran la reunión para el día 6.

Durante el vuelo de regreso se dedicó con ahínco a redactar, siempre apresuradamente y contra tiempo, algunas de las líneas que utilizaría luego para la organización de ideas en la exposición.

Contrariado por haber tenido que incumplir su promesa y tener que posponerse 24 horas el encuentro, llegó casi sin quitarse el polvo del camino aquel 6 de marzo, y después de ser elegido, en su discurso de clausura destacó cosas tan importantes como:

“Cuba ostenta el honor de ser en la actualidad uno de los pocos países que gozan de privilegios excepcionales. Corremos, desde luego, los mismos riesgos globales que el resto de la humanidad.

“Pero ninguno está mejor preparado políticamente para enfrentar problemas que hoy azotan a gran parte del mundo y forjar planes y sueños (…). Ninguno está más unido ni es más firme y fuerte para enfrentar peligros externos e internos”.

Incursionó en asuntos internos de actualidad: “Poseemos invencibles armas. La principal es la educación. Aunque a ella hemos dedicado uno de los mayores esfuerzos que haya realizado pueblo alguno, cuán lejos estábamos todavía de comprender su enorme potencial, pero sobre todo el uso óptimo del inmenso capital humano que habíamos creado”.

Aludió al trascendental proceso eleccionario acontecido por todo el país:

“La anterior Asamblea Nacional cumplió una importante etapa histórica. Esta no deberá ni podrá quedarse atrás. Las pasadas elecciones generales fueron las mejores de nuestra historia. No lo digo por los índices, todos los cuales mejoraron, pero apenas pueden dar una idea de calidad porque son ya muy altos”.

Finalizó casi avizorando lo que inevitable y desgraciadamente ocurriría con su salud, tres años más tarde:

“A todos ustedes, compañeros diputados, y a nuestro entrañable pueblo agradezco, en nombre del Consejo de Estado, la nueva confianza depositada en nosotros, y en mi caso particular después de más de 50 años de lucha revolucionaria, que no comenzó precisamente el día del primer combate. Sabemos que el tiempo pasa y las energías se agotan…».

GRANDEZA Y GENEROSIDAD

La estruendosa y larga ovación nos conminaba casi a retirarnos, cuando inesperadamente como todo lo de él, humano y agradecido para todos los que se habían esforzado durante muchos meses como integrantes del trabajo de la Comisión Electoral Nacional, recordó a Vela -a puros gestos y ademanes públicos antes de marcharse- que nos convocara para la planta baja del Palacio de las Convenciones pues nos tenía una sorpresa.

Una vez allí constatamos toda su grandeza, espíritu de justicia y generosidad. Nos fueron llamando y él nos entregaba un diploma rubricado, destacando que lo hizo de uno en uno, nada de cuños y que si dudábamos, lo podríamos cotejar uno con otro para confirmar que aunque con su firma auténtica, ninguna era totalmente igual a la otra.

Como si no fuera suficiente, pidió que Roberto Chile filmara y fotografiara cada una de las entregas, antecedida de un fortísimo apretón y sacudida de manos inolvidable para aquellos modestos colaboradores que no habían hecho otra cosa que cumplir con el deber para lo cual los seleccionaron.

Tenía que retirarse porque ya lo reclamaban otras obligaciones, pero no evidenció premura alguna: a cada uno nos dedicó una frase cariñosa, y nos hacía posar con él. Cuando llegó mi turno precedido por grado y nombre transmitido por Vela, junto al cálido estrechón de diestra me dio una palmada en el estómago…

“Coronel, qué le vamos a hacer a este provocador de (James) Cason” -entonces jefe de la Oficina de Intereses de Estados Unidos en Cuba, célebre por su absoluta falta de tacto diplomático e injerencia-. Atiné a contestarle en posición de firme, aunque todos andábamos de traje, cuello y corbata: “Lo que usted ordene, mi Comandante”. Y sonrió con asentimiento.

Tomado de Prensa Latina

Comparte en redes sociales

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *