El fuego de Isasi

La Habana, 18 feb.- Una tragedia conmocionó a La Habana el sábado 17 de mayo de 1890. Pasadas las diez y media de la noche, una llamada telefónica recibida en el cuartel central de los bomberos del Comercio daba cuenta del incendio desatado en la ferretería de Isasi, en Mercaderes y Lamparilla. Agentes del orden público, periodistas, propietarios y empleados de los comercios aledaños, vecinos y curiosos en general, al conjuro de los sonidos de los silbatos de la Policía y el tañer de las campanas de las iglesias, empezaron a concentrarse en los alrededores del lugar del suceso. Arribaron los bomberos del Comercio.

Llegaron también los bomberos municipales… Cuando las llamas se hacían incontrolables desde fuera, se estimó que debía abrirse un boquete en una de las puertas del establecimiento con el propósito de pasar una manguera y organizar la extinción desde el interior de la ferretería. Eso hacía, hacha en mano, uno de los bomberos del municipio cuando se produjo la explosión.

Un resplandor intenso alumbró el espacio. Se elevó una densa columna de humo y los escombros obstruyeron la calle Lamparilla. Los principales jefes de bomberos de ambos cuerpos quedaron sepultados por los cascotes y las piedras que se desprendieron de las paredes, y el incendió pareció cobrar nuevos bríos y amenazó con extenderse a los edificios colindantes.

Varios bomberos lograron penetrar en el establecimiento y subieron a la planta alta, donde quedaron atrapados en medio de una oscuridad total y el humo que los asfixiaba. Venciendo obstáculos enormes, uno de ellos derribó una puerta con su hacha. Salieron así a un balcón y desde allí reclamaron a gritos una soga que les permitió deslizarse hasta la calle.

Se refrescaban las paredes de las casas inmediatas y también los escombros a fin de acometer las labores de búsqueda y rescate. No se utilizaron picos ni palas para esa tarea. A fin de no lastimar a los que, vivos o muertos, podían encontrarse bajo ellos, los escombros se removían con las manos. El periodista Ricardo Mora, sepultado por los destrozos y apenas sin poder respirar, gritaba desesperadamente para que lo sacaran de su fosa anticipada y solo cuando estuvo fuera tuvo conciencia de que bajo su cuerpo había agonizado Francisco Ordóñez, jefe de salvamento del Cuerpo de Bomberos del Comercio. José Miró, inspector especial de la Policía, murió aplastado por las ruinas. Murió asimismo el teniente coronel Andrés Zencoviech, jefe de los bomberos municipales. Las llamas no fueron sofocadas del todo hasta la tarde del domingo.

En aquel siniestro perdieron la vida nueve bomberos del municipio y otros 17 entre los bomberos del Comercio. Encontraron la muerte, además, un miembro de la Marina, cuatro agentes del orden público y ocho vecinos, porque no fueron pocos los moradores de la zona que, de manera desinteresada, se sumaron a las labores de extinción y rescate y demostraron un heroísmo impresionante.

Transcurrieron 133 años del fuego de la ferretería de Isasi. Pocos incendios en Cuba han causado tantas víctimas.

Horror y cólera

A la tragedia del fuego se sumó, 10 días después, la tragedia del agua. Llovió a cántaros y las inundaciones ocasionaron en la capital numerosas víctimas y daños de consideración.

Al comentar ambos sucesos, con énfasis en lo de Isasi, el gran poeta Julián del Casal, que fue también un gran cronista, escribió en la edición del 2 de junio de 1890 del diario La Discusión que ante el incendio y las inundaciones los habaneros experimentaron horror y cólera.

“El horror ha sido lo más general… no hubo una sola persona que no se sintiera horrorizada hasta lo más profundo de su corazón…”.

Pero el sentimiento de horror, en opinión del cronista, quedó a un lado o se adormeció un instante por el de la cólera. Cólera provocada no solo por el dolor de la muerte de seres tan heroicos, sino por el de saber “que habíamos tenido un peligro suspendido sobre nuestras cabezas”.

Escribía Casal a renglón seguido: “Y convencido de que estamos libres ya de ese peligro, hemos formulado una serie de cargos contra los que ya por ignorancia, ya por mala fe, según el criterio de cada cual, colaboraron en la catástrofe, dejando sumidos a muchos supervivientes en la más negra desolación”.

¿Qué sucedió en verdad en la ferretería de Isasi? ¿A qué peligro suspendido sobre la cabeza de los habaneros aludía el poeta?

Detenido Isasi

Mientras los socios y empleados de la ferretería se hicieron presentes en los alrededores del establecimiento tan pronto supieron del incendio, el propietario principal, Juan Isasi, tardó en dar señales de vida, pese a que supo lo que sucedía cuando un amigo le llevó la noticia del siniestro a su casa de El Vedado. A la una de la mañana del domingo, la Policía lo detuvo en la calle Mercaderes. Conducido ante el juez de guardia, declaró desconocer la causa de lo acaecido. Aseveró que en la ferretería no pernoctaba persona alguna y que en ella no había gas ni materiales explosivos almacenados, ya que la dinamita que vendía la guardaba en depósitos del Gobierno. Preguntado sobre si su negocio estaba asegurado, respondió que si, en 20 000 pesos oro, y añadió que, aunque las pólizas vencían el domingo 18, a las doce de la noche, las había pagado el sábado, esto es, el mismo día del siniestro. El juez dispuso que quedara detenido e incomunicado y aplicó la misma medida a los socios y dependientes del ferretero.

Juan Isasi mentía descaradamente en cuanto al material explosivo. Los peritos, que evaluaron el siniestro y sus causas, no demoraron en llegar a la conclusión de que fue la dinamita, almacenada en grandes cantidades, lo que provocó la explosión fatal.

El domingo 18 fue de luto para La Habana. Cerraron los comercios. Se suspendieron las fiestas. El entierro, en la tarde del lunes 19, fue apoteósico. Como reconocimiento y homenaje, los cuerpos de orden público, el Cuerpo de Bomberos del Comercio y el Cuerpo de Bomberos Municipales recibieron, por real decreto, el título de Muy Benéfico y la Cruz de la Orden Civil de Beneficencia, de primera clase; se les autorizó a usar las insignias de la Orden en sus banderas, y el título en sellos y documentos.

Pronto comenzaron las colectas para socorrer a los familiares de las víctimas. Los periódicos abrieron suscripciones con ese propósito y el teatro Albisu programó una función de beneficio. El Círculo Militar celebraba una velada fúnebre con el mismo objetivo.

Un folleto ilustrado, con detalles del incendio de la ferretería y de las inundaciones del 28 de mayo, circulaba ya en La Habana el 19 de junio. “El álbum de la tragedia”, le llama Julián del Casal. Dice el  poeta que leyendo la reseña de los hechos “se siente estallar el incendio, se oye la espantosa detonación, se presencia el transporte de los heridos a los hospitales, se saben los nombre de las víctimas, se juzga la conducta de las autoridades en tan espantoso momento, se leen las biografías de los desaparecidos y se asiste a la conducción de los restos mortales al cementerio, comprendiéndose luego perfectamente el sentimiento de duelo que embargó, por muchos días, el corazón de los habitantes de esta capital”.

Sentimiento de duelo que no pudo impedir, sin embargo, que el ferretero Juan Isasi quedara en libertad el 30 de julio. Poderoso caballero es don Dinero.

El monumento

El Ayuntamiento de La Habana decidió erigir, en la necrópolis de Colón, un monumento a los bomberos muertos. Se inauguró el 24 de julio de 1897 en una ceremonia a la que asistieron 10 000 personas y fue presidida por Valeriano Weyler, el más cruel y sanguinario de los gobernadores españoles que a Cuba le tocó padecer.

Obra de los españoles Agustín Querol (escultor) y Martínez Zapata (arquitecto), el monumento es todo de mármol blanco y muestra cuatro figuras de tamaño heroico que simbolizan la abnegación, el dolor, el heroísmo y el martirio. La columna central está rematada por un grupo escultórico que representa al Ángel de la Fe conduciendo a un bombero a la inmortalidad. Se lee en una de sus inscripciones: “El pueblo de La Habana llora su noble sacrificio, bendice su abnegación heroica y agradecido les dedica este monumento para guardar sus cenizas y perpetuar su memoria”.

(CubaDebate)

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