Revisitando la Reforma Universitaria cubana, a 60 años y en el siglo XXI

La Habana, 14 dic.- Si repasamos los documentos y las ejecutorias posteriores de la reforma universitaria cubana de 1962 podemos encontrar excelentes apreciaciones de la situación hace 60 años en nuestra educación superior y en el país. Se encontraron soluciones que llegaron hasta donde algunas referencias de validez entonces podían llegar. Y eso fue porque el proceso tuvo la virtud de parecerse a su tiempo. No a su pasado, ni a su futuro. A su tiempo en la Cuba recién liberada por la Revolución ansiosa de que todo fuera luminoso y al servicio de todos en un futuro previsible, aunque desde entonces ya estuviera acosada por la potencia más poderosa del mundo.

Su importancia de entonces se tradujo en muchas realidades entre la que está lo que Cuba es capaz de hacer hoy en algunos segmentos del saber que ni siquiera algunas avanzadas potencias han podido. Desde una computadora demoledoramente sabia y actualizada para su tiempo, hasta 5 vacunas contra la COVID, pasando por un viaje al cosmos, muestran que el saber creado en Cuba con la Revolución, y generado desde esa Reforma Universitaria ha triunfado. Quizás no todo lo que hubiéramos deseado, pero si motivándonos una profunda satisfacción y convicción de lo mucho más y bueno que podemos hacer los cubanos, como cualquier otro pueblo de este planeta.

El planteamiento de una reforma universitaria en 1962 podía hacerse a partir de un sistema que se había quedado anclado en el tiempo de la primera mitad del siglo XX y cuya única crítica trascendente vino de una comisión de extranjeros, la del Informe Truslow de 1951. Sería demasiado largo citar las frustraciones de nuestros poquísimos científicos reales de aquéllas instituciones públicas de entonces: la Universidad de La Habana, la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas y la Universidad de Oriente. Algunos esfuerzos muy aislados en todas ellas no significaron en modo alguno que pudieran situarse en el contexto competitivo mundial de entonces ni a un nivel parecido al que modestamente aún nos situamos en el actual.

Sin embargo, los riesgos de hoy pueden ser similares a los que afrontábamos y que merecieron esa Reforma. Estamos en una situación que nos obliga a muchos caminos de supervivencia en lugar de avance competitivo tanto en la enseñanza y formación, como en la investigación científica, como en la extensión. La penetración de las nuevas tecnologías de la información tiene un retraso y baja confiabilidad considerables a pesar de lo mucho avanzado en años recientes. Y eso hoy lo afecta todo. La infraestructura constructiva solo puede a duras penas mantenerse, a veces con dificultades, y no progresar y actualizarse. Los problemas con el equipamiento de docencia e investigaciones son también crónicos. Lo más importante, que son los recursos humanos, se mantiene a partir de un altísimo nivel de compromiso, pero con un envejecimiento notable y un riesgo inminente de depauperación masiva.

Ciertamente, algunos de los problemas que nos agobian forman parte de los de toda la nación agredida por esa misma potencia que nos comenzó a acorralar desde la época de la Reforma y sigue haciéndolo, cada vez con más saña. Estamos también en un contexto interno de supervivencia que está cambiando su forma de gestionar el valor económico para facilitar la solución de muchos de los problemas anteriores urgido de cristalizar medidas definitorias imprescindibles.

La visión del mundo en aquél tiempo ha sido radicalmente transformada. Teníamos entonces referencias liberadoras que se habían convertido en paradigmas.
Lamentablemente estas terminaron implosionando para nuestro asombro de inocentes espectadores externos. Nos siguen inspirando las ideas socialistas de entonces. Lo que ha cambiado no es más que una confirmación de la dialéctica que ellas conllevan. Muchos de los métodos de referencia en 1962 para lograr una sociedad justa, ausente de explotación del hombre por el hombre, con bienestar para todos, con justicia social, sin exclusiones de índole alguna y con la dignidad y libertad plena para todos los seres humanos naufragaron. No han cambiado para nada estos propósitos, pero es preciso lograrlos con mucha innovación y buscando otras referencias.

¿Hasta dónde algunas de las inspiraciones que recibimos del extinto mundo socialista del este de Europa llegaron para bien y hasta donde no tanto? ¿Cómo tiene que ser la universidad cubana de las diferentes etapas que tendrán que transitarse en este siglo? ¿Cuál será su proyección al futuro? Algunos aspectos pueden merecer una nueva mirada y transformaciones, quizás radicales en algunos casos, como pueden ser:

  • La concepción y estructuración de las carreras y planes de estudio más adisciplinarios, generalistas y adaptables a los tiempos.
  • La evaluación efectiva, justa, objetiva y confiable de todas las instancias, desde el aprendizaje de los estudiantes hasta la universidad misma.
  • La reconfiguración y sincronización de todos los procesos con un entorno de acceso universal y ubicuo a los contenidos y la información proporcionado por internet en sus variadísimas formas.
  • La optimización de la integración entre la creación de conocedores y la creación de conocimientos en las universidades..
  • El reforzamiento continuo del papel de la universidad en la comunidad y la interrelación formal y real con sus entes activos económicos, sociales y culturales.
  • La promoción y gestión de las iniciativas y la innovación con su impacto social y económico.
  • La eficiencia y efectividad de la gestión de los recursos y las inversiones.
  • La formación de valores éticos, científicos y siempre progresistas en todos los educandos.
  • La internacionalización de la universidad compartiendo valores, saberes, estudiantes y profesores con el resto del mundo

¿Cómo abordar la unidad dialéctica de la uniformidad con la diversidad en la educación superior? ¿Son iguales todas las universidades cubanas? No pueden serlo, de forma alguna, y tampoco los métodos para que todas alcancen las mismas metas justas de progreso.

¿Cómo combinamos la colaboración con la competencia entre las instituciones todas de la educación superior? Está claro que estos dos motores del progreso deben manifestarse adecuadamente y no se puede renunciar a ninguno de los dos.

¿Debe ser uniforme el esquema de formación de todas las carreras del nivel superior? Ya sabemos las ventajas que la uniformidad ha traído, pero poco hemos experimentado con las consideraciones de estructuras y esquemas de formación diversos para las también diversas universidades, disciplinas, contenidos, y futuras profesiones.

¿Es idónea la variedad de organismos de la administración central del estado de los que depende una gran parte de las universidades del país? Este asunto merecería también una profunda reevaluación desde el punto de vista nacional y no solo sectorial.

En cuanto a las formas de gobierno, una autonomía universitaria como la que se plantearon los de Córdoba en Argentina en 1918 y Mella quiso para Cuba en 1922, es para muchos solo un medio para lograr los fines emancipadores y libertarios intrínsecos a lo mejor de nuestros tiempos. Pero no puede quedar solo como un motivo de satisfacción de ansias intelectuales. La autonomía de la universidad pública es un instrumento de progreso e independencia que de alguna forma hemos disfrutado implícita, aunque no explícitamente, desde 1962, sobre todo si nos comparamos con otros esquemas de unidades presupuestadas en nuestro entorno nacional. Sin embargo, no hemos expuesto la autonomía universitaria a una consideración seria y constructiva como forma de institucionalización en este siglo de la Revolución Cubana. En un país que ha votado muy mayoritariamente una Constitución que consagra la autonomía de las estructuras de gobierno de base en los municipios como forma de sostenimiento y progreso del socialismo cubano, deberíamos plantearnos con ese mismo nombre y sin reservas dogmáticas como debe ser la autonomía de una universidad cubana al servicio de todo el pueblo.

Todo debería ser partes de nuestra obligada reflexión de hoy. Es algo que también merece hasta investigación experimental, que es esperable esté ocurriendo dado el alto nivel de nuestras ciencias de la educación.

Tenemos mucho que agradecer a la Reforma de 1962 y a todos sus protagonistas e implementadores, sin exclusiones. Se pueden señalar éxitos y fracasos en este largo camino, y afortunadamente fueron muchos más los primeros. Lo que si no tiene tacha alguna es la buena voluntad que primó y sigue primando, verdaderamente revolucionaria, de todos los que de buena fe dedicaron y dedican sus esfuerzos a la universidad que tenemos hoy en Cuba y a la que debemos tener de ahora en adelante hacia el futuro.

La visión integral de la Reforma Universitaria de 1962 nos hace falta, pero para proyectarla desde 2022. Deberíamos proponernos seguir cambiando, quizás con una nueva Reforma o quizás con un cambio paulatino que rompa esquemas y nos permita consolidar una universidad progresista, efectiva, revolucionaria, competitiva y sostenible, con todos y para el bien de todos hacia un ineludible futuro. Quizás lo mejor que podremos sacar es la convicción de que un sistema de educación como el nuestro tiene que reformarse constantemente.

(CubaDebate)

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