La Habana, 22 nov.- Se llama Israel Monzón Falcón. Pero en Nueva Paz, Mayabeque, todos lo conocen como “Macho”. No anda con medias tintas, de ahí viene un poco el apelativo. Es de quienes creen en la palabra empeñada como deber sagrado y de los que detestan las grandilocuencias.
Israel o (para ser consecuente con los neopacinos) “Macho” Monzón, fue de los hombres que representaron al pueblo en las elecciones de aquel octubre de 1976, cuando se constituyó el primer mandato de la Asamblea Municipal. Desde entonces, y durante los 40 años siguientes, sería delegado de circunscripción en su municipio.
Nunca debió ir a segunda vuelta en períodos electorales y en 13 mandatos fue elegido con más del 90% de los votos ¿Por qué? Porque llama las cosas por su nombre y ve los problemas, no como “situaciones a analizar”, sino como retos a los que encontrar soluciones.
“El delegado representa y defiende los intereses de sus electores. Ese siempre fue mi objetivo”, me dice tras saludarme, mientras avanza con el andador hacia una silla de su terraza.
Por eso, a sus asambleas de rendición de cuentas solía asistir la mayoría de los vecinos ¡Qué debate popular aquel, donde la gente expresaba sus inquietudes, sabiendo que el delegado se sensibilizaba con cada planteamiento y lo asumía como suyo!
“Siempre tenía que dar una respuesta efectiva. A veces, el problema no se resolvía de una vez, pero iba hablando con los funcionarios encargados de solucionar cada asunto y mantenía una comunicación constante con los electores. Les informaba paso a paso cómo marchaba su planteamiento y se sentían atendidos. Eso es muy importante”, dice.
Monzón entiende que la labor que desempeñaba hasta hace cinco años es imprescindible, no solo para los electores, sino también para el buen funcionamiento de la sociedad. “El delegado, como intermediario entre la población y las instituciones, facilita también el trabajo a los directivos. Les muestra las problemáticas que no ven desde el buró de sus oficinas”.
Lo cuenta desde la experiencia de haber sido, durante 18 años, director de la Empresa Municipal de Comercio, labor que alternaba con las funciones de delegado, manteniendo muy claros los límites. “Cada vez que llevaba un planteamiento a un funcionario le precisaba que yo era director, pero que iba a verlo como delegado de mis electores, no como delegado de los directores”, recuerda, mientras me muestra algunos de los reconocimientos obtenidos en sus cuatro décadas de mandato.
El lauro más importante, el cariño del pueblo que lo eligió durante ese tiempo, se lo ganó cuando ayudó a construir la casa de “los mucho”, en su propia cuadra, cuando logró que se reparara la casa de los Chao, del otro barrio, o cuando gestionó el otorgamiento de locales estatales como viviendas en usufructo a varios pobladores.
Recuerda bien el momento en que las ineficiencias lo llevaron a señalar en una reunión a su propia hermana “porque, si se respeta lo que uno hace, hay que criticar lo mal hecho, sin importar las afinidades” o las reuniones de rendición de cuentas con el núcleo del Partido de la circunscripción. “Aquellos viejitos ayudaban a mejorar mi gestión como tú no imaginas, porque estaban lidiando con los problemas cotidianos en la calle: las colas, el transporte, el alumbrado público… y siempre sugerían ideas proactivas para mejorar el desempeño de cada sector”, comenta.
La conversación es interrumpida por Ramón, un vecino de la otra cuadra que vino a contarle sus peripecias recientes con la guagua interprovincial. Porque, aunque ya no funge como delegado, los neopacinos siguen viendo en “Macho” a un receptor cordial y propositivo, a sus 73 años.
“El que quiere, puede”, es su máxima, aunque reconoce que los tiempos han cambiado y son varios los desafíos que enfrentarán los delegados electos en las próximas votaciones.
De igual modo, considera que hay asuntos que pueden resolverse sin grandes recursos ni tanta burocracia. “Te estoy hablando de pintar una bodega, por ejemplo, aunque sea con cal; hablo de que, si no hay ambulancia en el policlínico, se disponga de un carro con el combustible suficiente para trasladar a los enfermos al hospital; hablo de abrir una guarapera; de rescatar la cultura del detalle”, explica.
¿De dónde ha sacado “Macho” Monzón todas esas ideas? De su afán de preguntar a los funcionarios de cada sector qué hacer ante los más complejos fenómenos actuales. De su capacidad de definir las respuestas más acertadas.
Mientras termino de fotografiar los diplomas que me había mostrado un rato antes, avanza hacia su carro, que contiene varios sacos con escombros. Piensa rellenar con ellos algunos baches cercanos. “La situación está difícil, periodista, pero los problemas se van acabando si les quitamos un pedacito todos los días”. Ese hacer constante y de a poco, como el agua sobre la roca, ha guiado su aporte a la sociedad desde lo cotidiano e imprescindible del barrio, al que ha dedicado, más que 40 años, su vida entera.
(CubaDebate)