La última orden, la última misión

La Habana, 10 nov.- Su funeral fue como pocos en Camagüey, leí, y al instante imaginé el agradecimiento de este pueblo. Su funeral pudo ser  muchos funerales, muchas pérdidas, muchos más dolores, pero él quiso que fuera solo el suyo. Sin embargo, a todos dolió.

Era el 9  de noviembre de 1973 y el día 30 se cumplirían 15 años de la Batalla de Guisa. El joven teniente y piloto de guerra Juan Manuel Viamontes Avellán era uno de los que querían recordar el hecho con maniobras, haciendo con sus aviones una V de victoria, similar a esa que hoy está allí, en la parte superior de su obelisco.

Tenía 28 años, lo pienso y no puedo evitar pensar en que es mi misma edad. Tenía 28 años aquel día en que despegó seguro de que todo estaba bien y apenas segundos después las vibraciones del motor lo hicieron avisar por radio, la candela llegó sin mucho tiempo para valorar opciones y la orden de catapultarse era la única que podía haberlo salvado.

Pero no, esa orden no podía cumplirla de inmediato, volaba sobre el reparto José Martí de nuestro Camagüey. Tantas casas allí, tanta gente, tantas familias… lo amenazaron tantos llantos de repente que no podía elegir por él, no al precio de todos los demás. Debió decidir entonces que solo se catapultaría al llegar a un lugar seguro, al volver al vacío.

Entre los 12 aviones que volaban, ensayando el homenaje, su MIG 17 había fallado llevando a bordo combustible suficiente para varias repeticiones de los ejercicios, mientras él, recién llegado de la Unión Soviética, se preparaba para cumplir otras misiones.

Tuvo que cumplir la última. Tuvo que salvar por última vez. 

Esperó llegar a ese, el único lugarcito despoblado de la zona, y de la candela que cuadruplicaba ampliamente el tamaño del avión, solo quedó una leve huella en la tierra y la certeza de que el único objetivo de su última misión fue no dañar a nadie. Sabía que si ese avión cargado de combustible y proyectiles de cañones caía en la ciudad, habrían sido muchos más los lamentables funerales. 

Entonces, el pueblo entero acudió al suyo, un poco a admirar, un poco a agradecer y a sentir el dolor de ese muchacho de 28 años que tenía dentro los valores correctos, la formación humana que lo hizo sacrificar su vida por la de muchos más.

Ya Juan Manuel, aquel muchacho del reparto Las Mercedes, no es teniente. Ese día en que lo despidieron recibió el ascenso a Primer Teniente. La orden la había firmado el entonces Ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias Raúl Castro Ruz.

Hoy Juan Manuel no es un cubano cualquiera, es un joven que nos enseñó cómo se es cubano y humano , cómo se es héroe de verdad, cuánto vale un hombre que salva aunque le cueste la vida

La última orden, la de catapultarse, la cumplió, pero tan bajito, tan como para no hacer ruido, que los segundos no le alcanzaron para desprenderse de su silla. 

Otra vez es 9 de noviembre y él volará como siempre, homenajeando con su vida la victoria de Guisa y todas las victorias, hasta la de su última misión.

(RCA)

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