La Habana Eusebio Leal Spengler, el excelso historiador no solo de La Habana sino de toda Cuba, de reconocidos títulos y condecoraciones universales, siempre está presente entre quienes lo admiramos por sus virtudes en la que destaca una arista poco conocida: su primordial y acentuado desenfado.
Por coronel (r) Nelson Domínguez Morena (Noel)
Ocupó responsabilidades en los cuerpos de Seguridad del Estado
Uno de los principales escoltas del líder histórico de Cuba, Fidel Castro, comentó en una ocasión -sería alrededor de los años 80- que cuando una delegación de primer nivel de un país latinoamericano visitaba junto al Comandante en Jefe el Palacio de Capitanes Generales, y Eusebio como siempre se explayaba con antecedentes históricos de la guerra de independencia, abordó el tema de los sombreros, gorras y otros atuendos protectores de cabeza, atesorados por el museo.
Casi sin venir al caso, muestra de su temperamento extrovertido igual que su hablar aunque siempre con bajas tonalidades, de repente enfatizó que del único ser legendario e histórico de quien allí no conservaban ese tipo de atuendo era precisamente del anfitrión de los ilustres concurrentes, o sea, de Fidel.
El sorpresivo señalamiento dejó a visitantes y convidados medio atónitos, excepto al principal de todos que fiel a su agilidad de reflejos y actuares, bruscamente se quitó su gorra y se la puso en la mano refrendando el desenfado del historiador con su respuesta: “Pues ahí tienes la mía, aunque ni tan legendaria ni histórica”.
Cuenta un viejo e íntimo amigo que otro momento singular de su peculiar desenfado fue cuando públicamente bendijo al Comandante en Jefe durante una ardiente intervención suya en el Congreso del Partido Comunista de Cuba que analizaba la entrada de religiosos a sus filas.
Ante todo el plenario, sin pensarlo dos veces muy enfático, al finalizar su intervención afirmó a manera de conclusión: “Y, por cierto, ¡que Dios lo bendiga, Comandante!”. Esa tarde el compañero que narraba el hecho recordó haber dicho para sí: “Ahora sí se volvió loco».
SOÑADOR QUE MIRÓ CON OJOS DE BONDAD
La revista cultural La Jiribilla describió a Leal con certeza al rendirle tributo en el aniversario de su fallecimiento (31 de julio de 2020) como “el hombre que le dio una vida inigualable a La Habana, al soñador que miró con ojos de bondad construcciones, calles, palacios y museos que daba miedo restaurar”.
Imposible no recordar la anécdota de una acción osada, desenfrenada y hasta irreverente cuando se planteó que habría que cambiar la corta calle de adoquines de madera situada al frente del Palacio de los Capitanes Generales, y él se acostó en medio a manera de enérgica protesta ante el planteamiento. Hoy esa corta vía sigue siendo de madera.
La Jiribilla no se equivocó: Eusebio “siempre apostó por el ímpetu, un intelectual de acción y pensamiento. Imágenes de antaño, y otras más recientes, demuestran el temple de su carácter, de su gusto por hacer más, por forjar para el hoy y para el mañana, por crear contra viento y marea, porque venimos al mundo a ser ingeniosos y no a ser derrotados. Esa, entre muchas lecciones, enseñó el doctor Leal con su ejemplo de vida”.
Más de 350 obras de rehabilitación (no pocas fueron reconstruidas por completo) se ejecutaron bajo los visionarios ojos del Mago de la Restauración, como lo llamaron en artículos de la prensa nacional y extranjera, algunas de abarcadoras dimensiones como el Capitolio de La Habana, el teatro Martí, la Manzana de Gómez y el Gran Teatro.
Lo que más lo distinguió es que su labor embelleció la Habana Vieja, extraordinaria obra en la que sus pobladores fueron los principales beneficiados.
VOLUNTARIOSO, PERSEVERANTE, POLÉMICO
Me consta que también fue un hombre voluntarioso, perseverante y polémico; de ello hay ejemplos contados. Para el cumpleaños 75 del Comandante en Jefe en 2001 el presidente Hugo Chávez invitó especialmente a Fidel -y a una delegación acompañante- a celebrarlo en Venezuela.
Hubo premura para el traslado desde la isla a los más de 400 integrantes de la delegación cubana, entre ellos los infantes del coro Diminuto, y en la que no faltó la presencia del Historiador de la Habana hasta el sitio escogido para el jolgorio.
El trayecto incluía desde Isla Margarita al estado Bolívar, para lo cual hubo que abordarse un avión Hércules de la armada venezolana, y fue necesario ayudar a Eusebio a subir a la nave entre varios compañeros, dado lo alto de la puerta de acceso.
Se impuso la voluntad de hacerlo, y lo hizo con su refinada jocosidad a toda prueba: “Si Fidel asaltó al Moncada, cómo vamos a poner nosotros restricciones”, sentenció.
Solo hace dos años de su partida. Parece que fue ayer; los años pasarán pero la memoria de Eusebio, como lo llaman y llamarán habaneros y cubanos por igual, perdurará en el tiempo como el hombre que anduvo las calles de su amada ciudad donde restauró esperanzas, vidas y obras para la posteridad.
Tomado de Prensa Latina