Florida, 8 nov.- El mundo continúa, sin dudas, con las patas hacia arriba, y a la ocurrencia de fenómenos impensables para estos tiempos, como la continuación de la masacre de Israel contra el pueblo palestino y la impotencia de las Naciones Unidas para frenarlo, se suma ahora mismo la victoria indiscutible de Donald Trump en la contienda presidencial de Estados Unidos y su regreso inminente a la oficina oval de la Casa Blanca.
Para una parte de los habitantes de la tierra que tienen conciencia de cuánto pesan la política y los intereses del poder en la vida actual del planeta, esta noticia llegó como balde de agua fría; otro segmento festeja el retorno del magnate egocéntrico y acusado todavía de múltiples delitos, en tanto el resto de los pobladores del globo terráqueo no tienen información certera, o no les interesa conocer lo ocurrido en la batalla por el trono de hierro en el imperio norteamericano.
Independientemente de las opiniones de analistas y motivaciones del electorado del norte para voltear su voto y ofrecer un segundo mandato al presidente más impredecible y controversial de los Estados Unidos, lo cierto es que nadie, o casi nadie, puede asegurar que hará realmente este príncipe de la altanería y la arrogancia en la política exterior y doméstica del país cuando tome las riendas del gobierno, luego de su juramentación el próximo 20 de enero del 2025.
Algunos se atreven a vaticinar que Trump terminará la guerra en Ucrania; otros apuntan hacia más dificultades para los inmigrantes en la frontera; y hasta se tropiezan aquellos que en Cuba esperan una mirada diferente del rubicundo hacia las necesidades y apretones en este archipiélago antillano.
Una cosa es la propaganda y las promesas electorales, y otra cuando el candidato aspirante se adueña del pastel.
Sea cual sea el escenario en la nueva era de Trump, ya los cubanos conocemos de cuánto es capaz este hombre cobrizo, y en consecuencia solo nos queda seguir por el camino de la dignidad y del esfuerzo propio en defensa de la soberanía, la independencia y la integridad nacional.
De su mandato anterior, Donald Trump nos legó más de 243 medidas de recrudecimiento del bloqueo económico, la inclusión en la lista de países que patrocinan el terrorismo, y una sarta de prohibiciones que han contribuido al deterioro de la economía cubana y a multiplicar las penurias y carencias del pueblo, cuyo único delito es pretender vivir en paz, bajo el sistema sociopolítico y los principios elegidos, también aquí, por la mayoría de los electores.
A quienes se paralizan y elevan las manos hacia el norte en busca de soluciones a los problemas actuales habrá que recordarles, una vez más, las palabras del insigne patriota y general Antonio Maceo Grajales, cuando en la contienda mambisa del siglo XIX nos avisó con tiempo sobre la verdadera esencia y las aspiraciones dominantes del imperialismo yanqui.
“De España nunca esperé nada, -dijo Maceo- siempre nos han despreciado, y sería indigno que se pensara otra cosa. La libertad no se mendiga, se conquista con el filo del machete (…) Tampoco espero nada de los Estados Unidos, es preferible subir o caer por nuestros propios esfuerzos, que contraer deudas de gratitud con un vecino tan poderoso”. En cada uno de los pueblos donde la Casa Blanca intervino, para supuestamente defender la libertad y los derechos de los ciudadanos, hoy se vive peor que antes de esa ayuda milagrosa. No olvidemos nunca, los cubanos, este detalle.