El hidrógeno es el elemento químico más simple y ubicuo. Está prácticamente en cualquier parte del universo. Es indispensable para los que disfrutamos de existir viviendo, porque forma parte de la inmensa mayoría de las sustancias que nos componen.
Para los que hemos estudiado la estructura íntima de la materia resulta casi insultante que se nos hable de colores del hidrógeno, porque es físicamente imposible que ese gas tenga un color como lo vemos los humanos.
Sin embargo, es muy frecuente encontrar referencias al “hidrógeno verde”, o al “hidrógeno gris”, o a otros colores hoy en la prensa y en todos los medios. Se trata en realidad de una ilustración referida a la procedencia de una determinada cantidad de hidrógeno.
Por ejemplo, si se nos habla de “hidrógeno negro” nos referimos al que se obtiene por una ingeniosa reacción química que ocurre cuando se hace pasar vapor de agua por carbón mineral caliente. Se llama “hidrógeno gris” al se obtiene descomponiendo petróleo y sus derivados de una forma parecida. Así, según la forma en la que se obtiene el hidrógeno se usan también otros colores para clasificarlo: blanco, cuando proviene de un depósito natural, rosado cuando es un subproducto de la industria de la energía nuclear y azul cuando es obtenido como el gris, pero se evita la emisión de CO2 a la atmósfera.
Sin embargo, el más referido, mencionado y popular hoy por hoy es el llamado “hidrógeno verde”. Así se denomina al que se obtiene a partir de la electricidad generada por alguna fuente renovable (celdas solares, centrales hidroeléctricas, generadores eólicos, etc.) aplicada a la “electrolisis” del agua. Esto consiste en aplicar esta corriente eléctrica “verde” al agua en ciertas condiciones. En uno de los dos bornes se obtiene hidrógeno y en el otro oxígeno. Sus núcleos atómicos entran en la composición de la molécula de agua y la energía de la electricidad suministrada a los bornes permite que se liberen en la forma de sus estados naturales, que en ambos casos son gases. El oxígeno puede incorporarse a la atmósfera como parte de su composición actual o usarse para otros fines y el hidrógeno se colecta. El almacenamiento de este gas es diverso, aunque puede parecerse con diferencias notables, al de la “balitas” de gas propano-butano en nuestras cocinas.
Lo interesante del hidrógeno verde es que sirve como almacén de energía. El hidrógeno gaseoso se puede “quemar” directamente o mezclado con agua en motores de forma similar a la gasolina. También puede aplicarse a dispositivos especiales y volver a combinarse con el oxígeno del aire produciendo electricidad. De esa forma, si se produjo hidrógeno verde con celdas solares durante el día, este se almacena y usa durante la noche, devolviéndonos al menos una parte de la electricidad “verde” que se usó para producirlo. Si hay calma, y se detiene el molino de viento, puede hacer lo mismo.
Para los vehículos se puede usar como si fuera la gasolina, tanto en el caso en el que se trate de un motor que “quema” el combustible como si es eléctrico. De hecho, basta hacer una búsqueda superficial en internet para conocer de proyectos fabulosos de este tipo que ahora mismo se están desarrollando en este mundo. Incluso ocurre que prestigiosas marcas de vehículos lo están adoptando como una opción de implementación inmediata y con perspectivas futuras casi ilimitadas.
No se trata de “coser y cantar”. Requiere investigación y desarrollo tecnológico, sobre todo para su almacenamiento y uso seguros. Pero muchas predicciones apuntan a que es una perspectiva robusta y limpia para que los humanos podamos seguir usando energía barata y sin destruir nuestro medio ambiente.
Un país como Cuba, justo a la altura del Trópico de Cáncer y rodeado de agua de mar por todas partes, SI tiene recursos energéticos ilimitados. No hay que buscarlos solo en las entrañas de la tierra ni importarlos. La energía de la radiación solar nos abrasa y abrasará muchos miles de años más en el futuro. También provocará la circulación del aire como vientos más o menos constantes, por las diferencias de calor entre la tierra y el mar, omnipresente en todo el archipiélago.
Con un plan de creación de saberes y tecnología, adecuadamente autofinanciado con los recursos que seguramente producirá, podremos ser grandes consumidores “per cápita” de energía limpia y también exportarla. Necesitamos una política abarcadora, intersectorial, creativa y ambiciosa que nos permita comenzar y desarrollar estas ideas, poniéndolas en práctica y con ello irlas financiando. Un futuro más o menos cercano, sin apagones y con cualquier necesidad energética más que cubierta gracias a la ciencia y la innovación, parece que es muy posible.
Tomado de Cubadebate