Fiebre de hormigas en el pulso

Si algo bueno tienen las redes sociales es que podemos moldearlas –a veces ellas lo hacen sin que nos demos cuenta– según nuestros intereses. En medio de esa avalancha de contenidos fragmentados y no pocas veces apócrifos, podemos tirar del hilo y hallar un tesoro.

Es siempre interesante el camino por el cual se llega a un libro: una postal en Facebook con un contundente fragmento de poema firmado por Rosario Castellanos, el recuerdo instantáneo de que había un volumen de esa autora entre algunos que nos regalaron hace poco, la búsqueda, y abrir las páginas al azar. Leer entonces:

Debe haber otro modo que no se llame Safo / ni Mesalina ni María Egipciaca / ni Magdalena ni Clemencia Isaura. // Otro modo de ser humano y libre. // Otro modo de ser.

Así termina el poema Meditación en el umbral, recogido en el libro homónimo (Editorial Arte y Literatura, 2006) en el que se reúnen tres cuentos y alrededor de 30 poemas de Rosario Castellanos (Ciudad de México, 1925 – Tel Aviv, 1974).

A la sensación de estar ante un texto tremendo, de esos que duele no haber conocido mucho antes, no queda más que leerlo todo, con urgencia. Rosario fue una mujer marcada por la muerte: la de su hermano niño, la de sus padres cuando aún era joven, la de su primera hija; por la contradicción entre la vida intelectual y la doméstica; por la soledad y el fracaso sentimental.

No obstante, su obra se aleja de lo lastimero, para erigirse en un vibrante testimonio de la condición humana frente al dolor; del abuso contra el indígena y también, como apunta la compiladora del volumen, María Guerra Tejada, de «la denuncia de la opresión y discriminación de las mujeres», que «es una constante, es parte de una filosofía y una reflexión que se mantiene en la totalidad de sus obras».

Esto último se percibe de forma exquisita en el relato Lección de cocina, en el que el personaje femenino se pregunta: « ¿Y ahora qué? A esta carne su mamá no le enseñó que era carne y que debería de comportarse con conducta» (…) a mí no me aniquila la cerrazón de una conciencia o de toda conciencia posible. Yo continúo viviendo con una vida densa, viscosa, turbia, aunque el que está a mi lado y el remoto, me ignoren, me olviden, me pospongan, me abandonen, me desamen».

Si sus cuentos están narrados con maestría y elegancia, sus poemas son rotundos y demuestran que las temáticas de «lo femenino» son universales. Allí está la maternidad de su hijo Gabriel, mostrada sin adornos: He pagado el tributo de mi especie  / pues di a la tierra, al mundo, esa criatura / en que se glorifica y se sustenta.

Y se encuentra la desesperación del amor: Matamos lo que amamos. Lo demás / no ha estado vivo nunca (…) ¡Qué cese ya esta asfixia / de respirar con un pulmón ajeno!; así como el autoanálisis: ¿Cómo fueron mis células ahondándose / para ceder un sitio decoroso a la angustia? // ¿Cómo creció esta fiebre de hormigas en mis pulsos?

Graduada de filosofía, e indistintamente jefa de prensa, profesora y embajadora ante Israel, cuando murió, Rosario jamás dejó de escribir, incluidos artículos para periódicos, obras de teatro y una tesis de maestría que es considerada precursora del pensamiento feminista en México.

Tomado de Granma

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