Palabras para un comienzo
Si alguna personalidad marca los inicios de la historia de las ideas en Cuba, a comienzos del siglo XIX, esa es la de Félix Varela y Morales. Unió una exquisita sensibilidad, identificada con valores éticos y morales católicos, con la formación de un pensamiento propio y moderno.Lo más granado de la intelectualidad del país a lo largo de dos centurias, desde perspectivas distintas y temáticas variadas, ha reconocido en el sacerdote habanero el trazo de líneas científicas, intelectuales, morales y espirituales que con persistencia irreductible se han mantenido en el fondo y trasfondo de los proyectos de sociedades cubanas.
Más aún. Esa permanencia de lo esencial de sus ideas se proyecta en un espacio del pensamiento y del sentimiento al que por excepción se llega; una propuesta de estudios de tesis y antítesis, de métodos y metodologías para crear una cosmovisión propia que permita conocer la verdadera naturaleza física, social, espiritual y humana de nuestra América, la que se encuentra al sur del Río Bravo, la llamada latina; una filosofía abarcadora y totalizadora que parta de reflexiones diferentes, porque diferente es la realidad, para enmarcar una epistemología que, a su vez, se expanda a todos los ámbitos del ser, del pensar, del sentir y del hacer.
La universalidad de las ideas del pensador cubano está en lo ecuménico de su pensamiento; lo específico y propio, en los componentes particulares de su realidad, que, como célula insertada en esa universalidad, establece una cadena de reflexiones y conexiones que asciende y especifica lo americano. En la autoctonía de la diferencia, esta realidad ofrece la otra dimensión que le permite a Varela alcanzar expresiones singulares, inoculadas de contenidos nuevos, no europeos, que fueron gestoras de paradigmas en el surgimiento de una modernidad compartida y diferente.
Entre utopías con topos y mitos sin génesis; entre realidades sin fronteras y objetividades subjetivas; entre sustantividades racionalizadas y racionalidades irracionales, se presenta la materia bruta, aparentemente irreductible e incorruptible, del mundo americano. Apresarlo requiere de una lógica distinta, no solo de múltiples lecturas, también, de lo vivencial natal y raigal. Crear un pensamiento lógico desde lo incógnito de un mundo que debe ser descubierto por sí mismo, por su propia lógica, he ahí la empresa de los fundadores de la reflexión de la América nuestra. Félix Varela es padre de los padres fundadores de ese pensamiento propio en Cuba y uno de sus creadores en América hispana.
El itinerario del estudio de la obra de Varela, sin embargo, ha sido azaroso y, no obstante, motivador de inquietudes. Dentro de Cuba no hubo figura penetrante y penetrador de pensamiento que no tuviese para su filosofía y pensamiento científico, social y político reflexiones mayores. José Antonio Saco, el cerebro más lógico y coherente del mundo político e intelectual cubano entre 1830 y 1870, se refiere a Varela como el que inició “la revolución filosófica en Cuba”, “el primero de los cubanos” y “el santo sacerdote”. De esta forma definía tres aspectos complementarios de la personalidad y la obra de Varela. José de la Luz y Caballero, a quien se ha definido como el más importante filósofo cubano del siglo XIX y sin dudas el más notable educador y pedagogo del país, expresa la frase más sentenciosa que sobre nuestro autor se haya formulado: “mientras se piense en la isla de Cuba se pensará en el que nos enseñó primero en pensar”.[1] José Martí, el más reconocido de modo universal de los pensadores cubanos y cuyas ideas pueden considerarse el paradigma de pensamiento de la Isla en el siglo XX y en lo que va del XXI, a la vez que expresa que Varela fue un “patriota entero”, sugiere en su forma sutil de insinuaciones, incitaciones y veladas referencias, que el siglo XIX fue el de “la labor patriótica” que nace en el sacerdote habanero.
Desde mediados del siglo XIX se observa la obligada referencia, como expresión de conocimiento y como definición teórica, científica y política, de aspectos de la obra de Varela en toda proyección intelectual dentro de Cuba. Así sucede con la polémica filosófica sostenida por José de la Luz y Caballero con los hermanos Manuel y José Zacarías González del Valle desarrollada entre 1838 y 1840. José Manuel Mestre, el reluciente profesor de Filosofía de la Universidad de La Habana en la década de los 1860, lo coloca en primer plano a la hora de escribir su libro sobre la filosofía en La Habana. Diez años después, José Ignacio Rodríguez escribe la primera biografía de Varela que, por su contenido, provoca una importante polémica alrededor de la figura del insigne sacerdote en la que participa lo más significativo de las tendencias de pensamiento en el país.
Llama la atención la ausencia de Varela, con sus excepciones, en los treinta primeros años de la república nacida con el siglo XX. Como hecho notable se hace necesario referir que, en 1911, un fuerte movimiento de los estudiantes e intelectuales cubanos logró el traslado de los restos del insigne sacerdote de San Agustín de la Florida, Estados Unidos, al Aula Magna de la Universidad de La Habana. Este era por entonces el único centro de este tipo en el país por lo que se consideraba su aula magna el más significativo de la cultura cubana. En el cenotafio de mármol que contiene sus restos, la “juventud estudiantil” de entonces hizo grabar las siguientes palabras en latín: “Aquí descansa Félix Varela. Sacerdote sin tacha, eximio filósofo, egregio educador de la juventud, progenitor y defensor de la libertad cubana quien viviendo honró a la Patria, y a quien muerto sus condiscípulos honran en esta Aula Magna en el día 19 de noviembre del año 1911.-La Juventud Estudiantil en memoria de tan gran hombre”.[2] Poco después, historiadores cubanos propusieron, el 20 de noviembre de 1911, en la Cámara de Representantes de la República, un proyecto de ley para publicar una colección completa “hasta donde sea posible” de las obras de Varela. El proyecto nunca se ejecutó.
En realidad, estas primeras décadas de la República de Cuba, nacida el 20 de mayo de 1902, traían el pesado lastre de los últimos y complejos años del siglo XIX en los cuales se libraron treinta de lucha armada por la independencia. La Iglesia fue una de las instituciones más afectadas por los cambios que se operaron al desaparecer la colonia española y surgir la república cubana. Hasta finales de la dominación hispana, la misma estuvo regida por el Real Patronato de los Reyes de España, quienes eran los que proponían al papa los obispos que serían designados para la isla de Cuba. El capitán general de la Isla ostentaba, a su vez, el de vicerreal patrono de la institución y todos los obispos del siglo XIX eran naturales de España, mientras se tuvo el cuidado de no proponer al sumo pontífice obispos criollos. Por estas razones, Varela, patriota cubano, tuvo que vivir en el exilio, en Estados Unidos, hasta su muerte en 1853 y, con posterioridad, convivir con el silencio culpable por sectarismo político ajeno a su santo sacerdocio.
Es en la cuarta década del siglo pasado que se observa un renacer de los estudios varelianos; ahora, con una intensidad sólo comparable con los de las décadas del 20 y del 30 del siglo XIX. Las circunstancias eran propicias para ello. Después de la caída de la dictadura de Gerardo Machado, en 1933, y en medio de la polémica alrededor de una nueva estructuración política y social, bajo la influencia de un fuerte movimiento cultural y espiritual, se sentía la necesidad de repensar la república, no solo como estructura política, sino como el hábitat de una heterogénea y amalgamada sociedad. La Iglesia vivía una franca recuperación, no solo material sino, sobre todo, en su extensión espiritual. La personalidad de Félix Varela se convirtió en centro de discusiones filosóficas, científicas, religiosas, jurídicas, ideológicas y de otros géneros. Las mismas, más que todo, eran de interpretación pues el santo sacerdote crecía con cada nuevo estudio.
En este periodo fue notable el esfuerzo realizado por el grupo de historiadores que se unieron alrededor del erudito José María Chacón y Calvo, del Historiador de La Habana Emilio Roig de Leuchsenring y del profesor de la Universidad de La Habana y director de la Biblioteca de Estudios Cubanos, Roberto Agramonte. En este esfuerzo no hay dudas que sobresalen los impulsos iniciales de monseñor Eduardo Martínez Dalmau. Su perspectiva fue la primera en presentar al sacerdote ilustrado en la cual no existía contradicción entre su patriotismo cubano, su filosofía moderna y su religiosidad católica. El posterior obispo de Cienfuegos escribe un artículo definidor: “La posición democrática e independentista del Pbro. Félix Varela”. Monseñor Martínez Dalmau formó parte del grupo incansable de sacerdotes que contribuyeron al desarrollo de la iglesia universal que, a su vez, en Cuba fuera cubana por sus símbolos, sensibilidad, espiritualidad y cultura. Diez años después Antonio Hernández Travieso, desde una perspectiva laica, produce las dos obras más importantes que en la época se publicaron sobre Varela: Varela y la Reforma Filosófica en Cuba y El padre Varela. Biografía del forjador de la conciencia cubana. El Jesuita Gustavo Amigó Jansen, produce una obra complementaria a la de Hernández Travieso, resaltando los aspectos religiosos del sacerdote habanero. Para 1959, pueden considerarse en miles los trabajos sobre el insigne sacerdote si bien de diferentes calidades, objetivos, interpretaciones, pero todos, en diversas intensidades, apologéticos del Padre fundador.
Un nuevo período de escasa presencia se presenta entre 1970 y 1990. La última década del siglo pasado muestra una reactivación de los estudios varelianos. Se publica por la Biblioteca de Clásicos Cubanos de la Casa de Altos Estudios Don Fernando Ortiz de la Universidad de La Habana, en tres tomos, la tan deseada y nunca lograda edición, lo más completa posible, de las obras de Félix Varela. En Estados Unidos y en Cuba, países que ya contaban con una tradición en estos estudios, especialistas como monseñor Carlos Manuel de Céspedes, Josefina García Carranza, Manuel Maza Miquel, los esposos Joseph James y Helen Matzke MacCadden y el autor de estas líneas, entre otros, han contribuido al conocimiento de la obra y la vida del ilustre cubano.
En diciembre de 1997 se celebró en La Habana con el coauspicio de la Oficina Regional de Cultura de la Unesco y de la Casa de Altos Estudios Don Fernando Ortiz el coloquio internacional Félix Varela. Ética y anticipación del pensamiento de la emancipación cubana, y en el que participaron destacadas personalidades de Estados Unidos, España, Francia, México, Brasil, Argentina y Cuba. Este evento y el lugar que el papa Juan Pablo II le concedió al destacado pensador cubano durante su visita a Cuba en enero de 1998, han servido para dar una dimensión internacional a los estudios varelianos y motivar el interés por una de las figuras más significativas del pensamiento latinoamericano.
II
“Ni de Rousseau ni de Washington viene nuestra América, sino de sí misma”. José Martí
No pertenecen a la naturaleza de las ciencias los innumerables sistemas y suposiciones de que se han llenado los hombres, sujetando la naturaleza a sus ideas y no las ideas a la naturaleza […] Está demostrado que es preciso buscar las primeras ideas de lo verdadero y de lo bello no en los libros y en los tratados sino en la naturaleza.
Félix Varela (Elenco, 1816)
Para la comprensión del proyecto intelectual del padre Varela y su importancia se hace necesario acercarnos a varios factores que, por una parte, permiten comprender el alcance real del pensamiento vareliano y, por otra, los límites dentro de los cuales se construye. Acerquémonos, primero, a su época y a su espacio.
Félix Francisco José María de la Concepción Varela y Morales, nace en La Habana, Cuba, el 20 de noviembre de 1788. La ciudad es una de las principales del Nuevo Mundo, la tercera, superando, en número de habitantes a Nueva York y Filadelfia; doce consulados residen en ella; naves de las más diversas banderas se encuentran en su puerto (inglesa, francesa, norteamericana, prusiana, bávara, holandesa, rusa); es la principal exportadora de derivados de la caña de azúcar del mundo y una de las más importantes en café, tabaco, maderas preciosas, entre otros renglones menores.
Dos testimonios de la época reflejan las características de la urbe habanera. El agente secreto de Estados Unidos, Joel Robert Poinsett, escribe: “Nunca he visto en ningún puerto de EE.UU., con excepción de Nueva York, tanto bullicio de negocios […] Hay una apariencia de opulencia y de comodidad en los aposentos de los nobles y de los ricos, que nunca he visto en ninguna otra colonia española, debido, se puede suponer, a su comercio exterior. Encontré a los caballeros extremadamente hospitalarios, corteses y bien informados”.[3]
El científico prusiano Alexander von Humboldt, considerado como el segundo descubridor de América, expresa: “La multiplicación de las comunicaciones con el comercio de Europa y aquel mar que hemos descrito como un Mediterráneo con muchas bocas, ha influido poderosamente en el progreso de la sociedad en la isla de Cuba […] En ninguna parte de la América española ha tomado la civilización un aspecto más europeo”.[4]
Como parte de los intensos cambios que se operaban, un movimiento científico, tecnológico y cultural servía de estudio y promoción a las transformaciones. Gracias al proceso azucarero, Cuba posee, en 1818, la máquina de vapor y, en 1837, el ferrocarril. Ambos con anterioridad a España y al resto de Hispanoamérica. Sin embargo, la cara oculta del proceso de auge económico es la esclavitud importada y forzada del africano en la Isla. En 90 años (1757-1846) la población se sextuplicó. Ello se debió a que, según las estadísticas oficiales, en este período fueron introducidos más de 636 465 africanos la mayor cifra en la historia cubana. Solo el 4% de ella pasó de 60 años; se calculaba que en entre ocho y 10 años se agotaba la vida útil del esclavo. Para el último año citado, los encadenados constituían el 36.1% del total de la población.
En los años previos al nacimiento de Varela es que surgen las instituciones en las que expresó sus ideas y en las cuales se unió lo más granado del naciente pensamiento cubano. El 11 de junio de 1773 es fundado por el obispo de Cuba, Santiago José de Echavarría Elguezua y Nieto de Villalobos, el Real y Conciliar Colegio Seminario de San Carlos y San Ambrosio. Su doble condición permitió que en el mismo estudiaran seminaristas y laicos. Según el texto de sus Estatutos… estos habían sido elaborados a la manera de “las luces” que “rayan por todas partes en un siglo de tanta ilustración”. Una novedad se introdujo en el colegio-seminario. Los profesores debían escribir sus propios textos y no ser simples lectores de obras consagradas por la antigüedad y la autoridad. Como hecho iniciático del pensamiento cubano el padre José Agustín Caballero y Rodríguez de la Barrera, el maestro de Félix Varela, escribe la primera obra filosófica cubana, Filosofía electiva. Su título es, de por sí, un trazo novedoso de perspectiva.
El 10 de septiembre de 1787 el papa Pio VI creaba el obispado de La Habana. Hasta entonces existió el obispado único de Cuba con sede en Santiago de Cuba. Los obispos habaneros le concedieron especial importancia al colegio-seminario por su influencia en la juventud estudiosa de la época. La tercera institución en el desarrollo de las ideas en Cuba lo fue la Real Sociedad Patriótica o Real Sociedad Económica de Amigos del País, fundada el 15 de diciembre de 1792. En ella, Varela expuso y presento textos, discursos y memorias centrados, en lo fundamental, sobre educación y moral.
Si el siglo XVIII ha sido considerado en Europa como el Siglo de las Luces, como el Siglo de la Razón, en América es el siglo de la racionalidad del sentimiento del criollo. Si las luces españolas no fueron una simple imitación servil de las lumieres francesas, la razón americana no fue una simple prolongación de la lógica de Feijoo. Cierto es que todos son deudos de un pensamiento universal del cual está surgiendo la modernidad y sus conceptualizaciones; pero cierto es también que otros aspectos, provenientes de realidades diferentes, enriquecen, cambian, proyectan y hacen surgir procesos lógicos de pensamiento que le dan su propia natura a la creación de nuevos mundos intelectuales, científicos y culturales que contienen problemáticas y realidades diferentes.
Para estudiar la historia de las ideas en Cuba, en cualquiera de sus manifestaciones –filosófica, científica, política, social, jurídica, pedagógica– debe tenerse presente la historia del acontecer –no pocas veces oculto– del movimiento intelectual y su nexo real con el proceso sociocultural cubano. Debo confesar que la riqueza y las peculiaridades de ese proceso se me escapan de los rígidos moldes de esquemas y modelos preestablecidos. Ello es prejuzgar en lugar de juzgar; prejuicios antes del juicio. Se hacen necesarios los análisis que permitan entender, en primer lugar, las interioridades ancestrales del mundo vivencial y en movimiento de la naturaleza física y social de nuestra América. Del mismo surgen las interrogantes sobre su realidad material y espiritual. El aparato lingüístico-formal y el instrumental teórico utilizados durante siglos resultan insuficiente para descubrir el significante que da sentido al significado de lo nuestro-americano.
Ello plantea un problema metodológico y teórico central. No es posible captar la riqueza de lo real en movimiento, imponiéndole moldes estereotipados, ni esquemas extraídos de experiencias ajenas. Según nuestro padre fundador “nadie puede caminar con pies ajenos”. Tratase, por el contrario, de reunir la base factual necesaria para desprender de ella el ordenamiento, análisis y síntesis de la realidad. Varela fue el primero que trabajó con ese método: “las ideas deben sujetarse a la naturaleza, no la naturaleza a las ideas”.[5] Tampoco resulta suficiente creer que los juicios sobre procesos históricos pueden partir de explicaciones generales cuya validez solo alcanza a la generalización misma, pero no puede sustituir a la investigación concreta de los elementos factuales cuya búsqueda y ordenamiento es la única forma de obtener la base para el análisis y la síntesis portadora de la interpretación más cercana a la realidad histórica.
La historia del pensamiento cubano solo es explicable a partir del conjunto de factores internos que lo condicionan y al cual pretende dar respuesta. En su contenido real la sociedad cubana presenta un proceso histórico en el cual, por una parte, se apropia de elementos universales y los singulariza para expresar su propio contenido, y por otra, dimensiona como universales los contenidos autóctonos que también forman parte de esa totalidad. Este fue el camino abierto por Varela y continuado por los descubridores de los secretos de la naturaleza física y social cubana.
III
Crecer y pensar sobre el lecho de un volcán El americano oye constantemente la imperiosa voz de la Naturaleza que le dice: yo te he puesto en un suelo que te hostiga con sus riquezas y te asalta con sus frutos […] recupera la libertad de que tú misma te has despojado por una sumisión hija más de la timidez que de la necesidad; vive libre e independiente; y prepara asilo a los libres de de todos los países; ellos son tus hermanos.
Félix Varela (El Habanero, 1824)
Félix Varela nace en el seno de una familia de las capas medias de la ciudad habanera. No poseen ingenios, ni cafetales, ni esclavos que constituyen la expresión de la riqueza en Cuba. Las carreras predominantes dentro de la familia son la militar y la religiosa. Su abuelo, Bartolomé Morales y Ramírez, es un criollo coronel del Regimiento de Fijos de La Habana; su padre, Francisco Varela y Pérez, teniente del mismo batallón. Sus dos tías profesaron en el convento de las carmelitas descalzas de La Habana.
A los dos años se traslada con su familia a la península de la Florida, parte integrante de la Capitanía General de Cuba, y que había sido reconquistada en 1782, de manos inglesas, por las tropas del general Bernardo Gálvez, compuesta en parte por las milicias habaneras. Su abuelo materno y su padre, como oficiales del Regimiento de Fijos de La Habana, fueron ubicados en San Agustín de la Florida para proteger la frontera con Estados Unidos. Esa frontera era, además, una frontera cultural entre el naciente y expansionista mundo protestante anglosajón norteamericano y el hispano, criollo y católico latinoamericano. Junto con las tropas habaneras, como milicia ideológica, actuaban sacerdotes irlandeses que se caracterizaban por el sentimiento de unidad entre patriotismo y catolicismo dada la experiencia que poseían de la acción de los ocupantes protestantes ingleses en su patria. Las experiencias del niño Varela en la Florida sirvieron para definir rumbos futuros de su pensamiento y actitud ético-patriótica.
De su primera educación se ocupó el sacerdote irlandés Miguel O’ Reilly, hermano del general Alejandro O’Reilly quien había reorganizado las milicias cubanas y, en particular, el Regimiento de Fijos de La Habana. El sacerdote irlandés cultivó el sentimiento patriótico nacido en Varela de su visión de los valores del criollo en aquellas tierras norteñas vinculadas a Cuba. Al padre O’ Reilly se deben también sus primeros estudios musicales y el cultivo de su devoción religiosa entregada en pleno a los desprotegidos de cualquier origen. En esos años ya comenzaba a expresarse la política expansionista de Estados Unidos. En 1800, un año antes de retornar Varela a Cuba, el presidente norteamericano Thomas Jefferson, expresaba: “Confieso francamente que siempre miré a Cuba como la adquisición más interesante que pueda nunca hacerse a nuestro sistema de estados”.[6] En 1819 la península de la Florida pasó a la soberanía de Estados Unidos; solo los separaba de Cuba el Estrecho del mismo nombre de 180 km.
En 1801, Varela regresa a su ciudad natal y matricula en el Real y Conciliar Colegio Seminario de San Carlos y San Ambrosio. Al año siguiente es consagrado obispo de La Habana Juan José Díaz de Espada y Fernández de Landa. El nuevo prelado es un hombre ilustrado, reformador, antiesclavista, vinculado al desarrollo de las ciencias y de las ideas.
Prohíbe el enterramiento en las iglesias y crea el primer cementerio de la ciudad; desarrolla, junto al Dr. Tomás Romay, la campaña de vacunación antivariólica, primera que se efectúa en Cuba; introduce el nuevo gusto neoclásico en la ciudad; promueve la creación de academias como la de pintura y dibujo; en especial, impulsa las transformaciones en la educación y en el comportamiento moral del clero y de la población.
En particular es el colegio-seminario su principal centro de reformas empeñado en superar el retardo en sus concepciones. Y ese colegio seminario se verá decididamente impelido a cambiar las viejas ideas por voluntad expresa de Díaz de Espada. Varela estudiará en el ambiente modernizador de sus profesores José Agustín Caballero y Juan Bernardo O’ Gavan y tiene acceso a la nueva literatura. El obispo le facilita libros de su biblioteca particular, y lo hace contertulio del grupo que se reúne en su casa para discutir sobre filosofía, ciencia y arte.
El 21 de julio de 1803 termina Varela los estudios de latinidad y, el 14 de septiembre del mismo año, inicia los de bachiller en filosofía. El 14 de septiembre de 1804 matricula en la universidad en la cual se gradúa de licenciado en filosofía el 13 de julio de 1807. Un año antes, el 31 de mayo, inicia sus servicios religiosos al recibir, en la Catedral de La Habana y de manos del obispo Díaz de Espada, la primera tonsura. El licenciado en filosofía Félix Varela continúa sus estudios. En el colegio seminario, matricula teología con el padre Caballero y, en la universidad, Maestro de las sentencias, con el reconocido Ricardo Ramírez. El 6 de noviembre de 1808 concluye los estudios de teología y, el 4 de diciembre de 1809, solicita del obispo recibir las cuatro órdenes menores y la primera mayor, el subdiaconado, al estimar que ya reunía los requisitos exigidos por el Sínodo. El 12 de noviembre de 1810 solicita el diaconado lo cual le es concedido por Díaz de Espada el 22 de diciembre. Un año después, el 21 de diciembre de 1811, le es conferido el presbiterado bajo dispensa de edad.
Desde 1806 se ha desempeñado como preceptor de latín del colegio-seminario. La meritoria labor del estudiante Varela le permite, en marzo de 1811, ocupar la Cátedra de Filosofía, también bajo dispensa de edad.
Los tiempos son excepcionales; están transversalizados por la crisis del antiguo régimen europeo y por el nacimiento político de América. En un breve período histórico, de menos de cincuenta años, se producen un conjunto de acontecimientos que cambian al mundo, al hombre y a la sociedad. En 1781 se origina el nacimiento del primer estado americano con su sello republicano, democrático y laico, Estados Unidos. Un año antes del nacimiento de Varela, tomaba posesión el primer presidente de esa nación, George Washington. No había cumplido los ocho meses de nacido cuando estalla en París la Revolución francesa que desvertebró el equilibrio europeo y presentó nuevas estructuras políticas y sociales. La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, las constituciones francesas de 1791 y 1793 y el código napoleónico, constituirán parte sustancial de esa «literatura universal» que tendrá diversas lecturas según el prisma con el cual se lean. Contaba Varela con cuatro años cuando los textileros ingleses inician la experimentación de la «mula Jenny», primeros pasos de la Revolución Industrial que le dará su sello a la sociedad burguesa del siglo XIX. En 1805 es proclamada la República de Haití en el Caribe, primer estado de ciudadanos negros.
En España, justamente en el año en que nace Varela, muere Carlos III, con lo que se cerraba la época de esplendor del despotismo ilustrado, expresión política de la Ilustración. En 1808 se inicia la crisis del antiguo régimen y, en 1812, se promulga la primera constitución en la historia española. Justo en ese año el sacerdote habanero inicia sus clases de filosofía en el colegio seminario.
En su formación humana, religiosa, cultural y científica han intervenido diversos factores que explican su amplio espectro ideológico. Su no pertenencia al grupo de poder ni a la oligarquía en su conjunto; su formación inicial en la Florida, frontera entre la América anglosajona y protestante y la hispano católica, entre militares habaneros y sacerdotes irlandeses; la crisis evidente de las viejas estructuras económico-sociales y sus componentes ideológicos y, con ella, la subversión de los valores tradicionales; la irrupción del mundo mercantil manufacturero en La Habana acompañado del auge de la esclavitud; las consecuencias de los estallidos revolucionarios en el mundo; la crisis española; la efervescencia revolucionaria latinoamericana; las polémicas teóricas sobre Descartes, Locke, Bacon, Newton, Rousseau, Voltaire, Montesquieu, Condillac y, sobre todo, las discusiones que alrededor de las estructuras de la escolástica española abrían Feijoo y la Ilustración hispanoamericana, en la cual se pueden enmarcar las primeras manifestaciones de la racionalidad moderna en el Nuevo Mundo.
La concepción de que el mundo natural y social se rige por leyes, la conversión de la razón en fundamentación de los procesos intelectuales y naturales, el contrato social, el derecho natural, la soberanía del pueblo, los poderes del Estado y, sobre todo, el nuevo contenido político-ideológico que adquirió el concepto de patria se reflejó en el resquebrajamiento de las antiguas concepciones, en el fortalecimiento de los valores autóctonos y en la racionalidad del sentimiento del criollo. En aquellos comienzos, no siempre pudieron explicar lo que eran, pero sí, lo que no eran.
Notas
[1] Durante mucho tiempo se ha alterado la frase de Luz, convirtiendo lo que es gnoseológico –lo primero es pensar— en un problema cronológico –según esta alteración, Varela era “el primero que nos enseñó a pensar”.
[2] El texto está escrito en latín.
[3] Joel Robert Poinsett: Notas sobre México, Editorial Jus, México, 1950, p. 279.
[4] Alexander von Humboldt: Ensayo político sobre la isla de Cuba, Cultural S. A, La Habana, p. 45.
[5] Félix Varela: “Elenco de 1816”. Antonio Bachiller y Morales: Apuntes para la historia de las letras y de la instrucción pública en la isla de Cuba. Tomo II, Cultural S.A., Habana, 1936, p. 298.
[6] José I. Rodríguez: Estudio histórico sobre los orígenes, desenvolvimiento y manifestaciones prácticas de la idea de la anexión de la isla de Cuba a Estados Unidos, La Habana, 1900, p. 20.