La Habana, 4 feb.- Solo dos presidentes norteamericanos en el ejercicio de su cargo han estado en La Habana. El más reciente fue Barack Obama. El otro, en enero de 1928, hace ahora 95 años, fue Calvin Coolidge, a fin de hacerse presente en la inauguración de la Sexta Conferencia Panamericana, que tendría lugar aquí a partir del 26 de ese mes. Vino invitado por el general Gerardo Machado, presidente de la República de Cuba. Le apodaban Call, el Callado, y de él se llegó a decir que lucía la expresión de “alguien a quien destetaron con un pepinillo encurtido”.
Orestes Ferrara, que en sus días de embajador en Washington alternó con él en recepciones y banquetes, lo describe en sus memorias como alguien “serio, silencioso e inteligente”. Añade: “no le halagaba el aplauso, no le afligía la crítica, no le mortificaba el polemista de mala fe. Encerrado en sí mismo, sincero en sus meditaciones, esperaba servir al país como un funcionario que debe evitarle los males que se presenten y solo cuando se presenten”.
Su estancia habanera la matizó la anécdota. Se dice que Machado invitó a Coolidge y a su esposa a una granja avícola experimental. Cuando la primera dama se acercó a uno de los gallineros, observó asombrada como un gallo “pisaba” frenéticamente a una gallina.
─¿Con qué frecuencia hace eso? ─preguntó a uno de los especialistas.
─Decenas de veces al día ─respondió el aludido.
─Pues dígaselo al presidente cuando pase.
Así lo hizo el sujeto. Coolidge inquirió entonces si el gallo “pisaba” siempre a la misma gallina.
─No, es una diferente cada vez ─contestó el hombre y el mandatario no demoró su respuesta:
─Dígale eso a mi esposa.
La anécdota, desde luego, es apócrifa. Amity Shlaes, en su biografía de Coolidge, publicada en 2013, afirma que hizo lo imposible por hallar elementos que la sustentaran. “No encontré pruebas de que fuera cierta”.
En torno a la Enmienda Platt
A fin de hacer personalmente la invitación, Machado pasó tres o cuatro días en Washington. Hubo cenas y recepciones, y el último día de la estancia del cubano, ambos mandatarios abordaron el tema de la conferencia panamericana. A instancias de Machado, se tocó el tema azucarero y el de la crisis económica que se avecinaba. También, se dice, Machado pidió la derogación de la Enmienda Platt. La prensa refirió, atribuyéndoselo al mandatario cubano, que la conversación con Coolidge versó casi en su totalidad sobre las mutuas ventajas de rectificar la Enmienda, pero Coolidge diría que ese tema no fue aludido en la entrevista.
Ferrara se mostraba optimista en ese punto. Le aseguraron que Coolidge derogaría la Enmienda si Cuba rebajaba la deuda pública y realizaba las elecciones presidenciales de 1929 sin agitaciones facciosas, fraudes ni violencia. Información que no compagina con lo que Coolidge dijo a la esposa de Ferrara durante la cena en honor de Machado en la Casa Blanca: “Si hasta ahora les ha ido bien con la Enmienda Platt, ¿para qué suprimirla?”.
Se plantea que Machado fue a Washington en procura de apoyo a su política de reelección y prórroga de poderes, y ofreció como garantía no pronunciarse contra la Enmienda y dar, durante la Conferencia, el más servil apoyo a Estados Unidos cuando delegaciones latinoamericanas enarbolaran la tesis de la no intervención.
Una respuesta unánime
La Habana se alistó para la celebración de la Sexta Conferencia Panamericana. Meses antes, el experimentado diplomático Manuel Márquez Sterling, devenido embajador especial, visitó todos los países de la América Latina, recabando la presencia de sus Gobiernos en el cónclave. La respuesta fue unánime: todos enviaron su representación a la Isla; nunca antes una reunión de ese tipo había tenido tantos países participantes. Se erigió la escalinata de la Universidad, terminó el trazado de la Avenida de las Misiones y el viejo Campo de Marte quedó transformado en la Plaza de la Fraternidad Americana; en las raíces de la ceiba que allí fue trasplantada para la ocasión se regó tierra de todas las repúblicas americanas, traída especialmente por las delegaciones participantes, y a los jefes de cada una de ellas se les entregó una llave de oro con la que se abriría la reja que protegería la ceiba. La llave de la delegación de México se conserva en el museo de la cancillería de ese país.
Un brillante espectáculo dio inicio a la Conferencia en el Teatro Nacional, y la sesión de apertura escuchó los discursos de Machado y Coolidge. La Conferencia sesionaría en la Universidad. Pero no se permitió en esos días la entrada del estudiantado y más de 200 individuos a los que el Gobierno catalogó como indeseables o subversivos fueron puestos tras las rejas. El día de la apertura de la reunión ─26 de enero de 1928─ fue declarado por el Gobierno como de fiesta nacional. En una de las jornadas finales ─17 de febrero─ Machado invitó a los delegados a que lo acompañaran a Isla de Pinos, a fin de dejar inaugurada la primera galera del llamado Presidio Modelo. La reunión concluyó el día 20.
Durante sus días en Cuba, Calvin Coolidge se alojó, con su esposa, en el Palacio Presidencial, mientras que el resto de su comitiva lo hacía en el hotel Sevilla. Se le vio muy complacido en el almuerzo que Machado ofreció en su honor en su finca Nenita, en la carretera que corre entre Santiago de las Vegas y Managua. Asistió, en el llamado Palacio de los Gritos de Concordia y Lucena, a un partido de jai alai. Machado le obsequió una columna confeccionada con metales que fueron parte del monumento al Maine, destruido por el ciclón del 20 de octubre de 1926.
Los presidentes Calvin Coolidge y Gerardo Machado junto a sus esposas. Foto: AP.
Aunque la agenda de la Conferencia estuvo cargada de asuntos intrascendentes, se abrió paso en ella el tema de la no intervención. Estados Unidos había intervenido militarmente en México, Santo Domingo, Haití, Nicaragua. En Brasil, en 1927, la reunión de jurisconsultos había proclamado que “ningún Estado puede intervenir en los asuntos internos de otro”. En La Habana, la mayoría de las delegaciones no quiso oponerse a lo preceptuado por los jurisconsultos en Brasil. Machado, sin embargo, se pasó con fichas, y Ferrara, como jefe de la delegación cubana, dio la nota al proclamar cínicamente: “La intervención, en mi país, ha sido palabra de gloria, ha sido palabra de honor, ha sido palabra de triunfo, ha sido palabra de libertad, ha sido la independencia…”.
El tema quedó definitivamente aplazado para la Séptima Conferencia Panamericana, a celebrarse en Montevideo.
Bares y prostíbulos
La comitiva del presidente, de la que, entre otros, formaba parte el famoso aviador Charles Lindbergh, se movió a sus anchas en La Habana. Provenía de un país donde, desde 1920, primaba la Ley Seca. Para funcionarios y periodistas se abría una ciudad en la que, al decir de Alejo Carpentier, la mayor cantidad de bebidas se ofrecía al paladar curioso del viajero, donde una pareja no tenía que mostrar el certificado de matrimonio para alojarse en un hotel y se podía apostar ─y ganar o perder─ cualquier cantidad de dinero en las ruletas del Casino Nacional sin llamar la atención de las autoridades. Buscaron los visitantes los bares más sonados, y los más osados se desplazaron hasta los cabaretuchos de la playa de Marianao, conocidos con el nombre genérico de “las fritas”. Hubo visitas a teatros pornográficos y no fueron pocos los que acudieron al barrio de Colón a fin de buscar emociones inolvidables entre las piernas de una muchacha cubana.
La hora del regreso entristeció a la comitiva. Volvían al país de la Prohibición. Pronto les volvió el alma al cuerpo. Nadie, ni siquiera los reporteros, haría aduana en Cayo Hueso, a su entrada en EE.UU., lo que quería decir que quien lo deseara podía llevar todo el ron que quisiera. Los licoreros cubanos hicieron su agosto.
“¿Quién aprobó esa gigantesca operación de contrabando?”, se preguntaba en 1959 el periodista Beverly Smith del Saturday Evening Post. “¿Habría sido, increíblemente, el mismo Calvin, en un arranque del humor caprichoso que algunos suponían se ocultaba tras su cara de avinagrado de Vermont?”
(CubaDebate)