La Habana, 30 dic.- Heroína del Moncada, la Sierra y la lucha clandestina, Haydée Santamaría era ya una leyenda viva cuando se le encomendó crear, a raíz del triunfo revolucionario en 1959, la Casa de las Américas. Y lo hizo con la misma capacidad y la misma pasión con que hizo todo.
Llevó a la nueva tarea su valor, su carisma, su excepcional inteligencia, su intuición, su bondad, su don para dirigir, su lealtad a Fidel. Martiana de raíz, se volcó en lo que el Maestro había llamado “Nuestra América”. Atrajo a grandes figuras del área, como el argentino Ezequiel Martínez Estrada, el guatemalteco Manuel Galich, quien fundó la dirección de Teatro, el uruguayo Mario Benedetti, quien hizo nacer el Centro de Investigaciones Literarias, los cubanos Mariano Rodríguez y Harold Gramatges, fundadores, respectivamente, de las direcciones de Artes Plásticas y Música. (Sobrevivimos en la Casa, del Consejo de Dirección del tiempo de Haydée, las compañeras Marcia Leiseca, Silvia Gil y Chiki Salsamendi y quien esto escribe).
Con Gabriel García Márquez en la Casa. 1976
Además de cubanos, Haydée mantuvo relaciones estrechas con muchísimos intelectuales latinoamericanos, como los argentinos Arnaldo Orfila, Julio Cortázar, David Viñas y Haroldo Conti, los uruguayos Idea Vilariño, Ángel Rama y Eduardo Galeano, los colombianos Gabriel García Márquez y Alejandro Obregón, los dominicanos Camila Henríquez Ureña y Juan Bosch, el venezolano Aquiles Nazoa, el mexicano Efraín Huerta, el peruano José María Arguedas, los salvadoreños Claribel Alegría y Roque Dalton, los chilenos Roberto Matta y Víctor Jara, el brasileño Thiago de Mello, el nicaragüense Ernesto Cardenal, el ecuatoriano Jorge Enrique Adoum, el puertorriqueño Manolín Maldonado Denis, para solo mencionar a algunos. He contado en otras ocasiones lo aleccionador que era, por ejemplo, ver a un escritor como Cortázar o a un pintor como Matta escuchar a Haydée con inmensa admiración, reconociendo la sabiduría de aquella mujer autodidacta y genial.
Se sabe lo decisiva que fue la defensa que Haydée hiciera de jóvenes músicos cubanos como Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y Noel Nicola. En ocasión memorable, Silvio dijo que el útero de la Nueva Trova había sido la Casa de las Américas: se refería, en verdad, a Haydée. Igual sentido de justicia la llevó a ella a intensificar su presencia en la Casa durante lo que Ambrosio Fornet llamó “el Quinquenio Gris”.
Con la conducción de Haydée la Casa, a semejanza de lo que hizo el Icaic dirigido por Alfredo Guevara, logró que Cuba conservara vínculos con los demás países de nuestra América cuando los gobiernos de estos, salvo la honrosa excepción de México, rompieron relaciones diplomáticas con Cuba cumpliendo órdenes imperiales. La conducta inquebrantablemente revolucionaria de Haydée la llevó a presidir, a mediados de 1967, la conferencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS). Al inaugurarse dicha conferencia, un telón de fondo ostentaba el rostro de Simón Bolívar; y al clausurarse, el rostro era el del Che, quien peleaba entonces en Bolivia. Su asesinato, meses más tarde, hizo que Haydée le escribiera una conmovedora carta, publicada al frente de la entrega que dedicó al héroe la revista que es órgano de la Casa.
La Casa de las Américas sigue y seguirá siendo la Casa de Haydée. Los que tuvimos el privilegio de trabajar junto a ella, y los nuevos que nos acompañan, sabemos todos que la Casa es su hechura, y que están vivas sus claras orientaciones.*
Haydée
¿Cuántas niñas van a llevar tu nombre en lo adelante?
¿Cuántas veces volverás a nacer
En un batey, en una aldea, en alguna provincia remota de
un remoto país,
Donde no sabrán al escuchar tu primer llanto
Que de nuevo ha caído sobre la Tierra un cometa
De inmensa luz azul, de ávido fuego?
¿Cuántas veces volverás a crecer asombrada
Entre flores y penas, mirando a unas con ojos devorantes,
Y a otras inconsolable, como si tuvieras sin saber por qué
la culpa
De esas lágrimas, de ese rostro marchito?
Y otra vez será el estallido, la cólera sagrada,
como el asma.
Y serán otra vez los combates, la sangre del hermano,
El olor a la pólvora, la montaña llena de estrellas y de
sueños.
Y en manos como las tuyas empezarán las cosas otra vez,
….
Y luego hecha toda risa, y toda angustia luego,
Evocando la madrugada terrible y hermosa,
O avizorando el porvenir de tus pueblos de América
(Ese porvenir en el que no estarás y estarás),
Moviendo la cabeza como la linda muchacha de pueblo que
nunca dejaste de ser,
Así no te veremos ya más, sino en el corazón
Donde ahora vives junto a la madre y el hermano
Y los tesoros guardados en la pequeña gruta de la infancia.
Allí, multiplicada y única, estás, invulnerable,
Y en los días duros y las noches difíciles
Desde allí nos hablas todavía con ternura y firmeza porque sabes,
Querida niña, querida hermana, querida justicia, querido
Amor,
Sabes todo lo que te seguimos necesitando.
(CubaDebate)