La Habana, 6 jul.- Erotismo, libertad, frescura…. emergen hoy como vocablos recurrentes para calificar la obra de Carilda Oliver Labra, escritora cubana capaz de arrancar pasiones, desordenar hasta al más cuerdo de los lectores y legar versos transgresores.
Un siglo transcurrió desde que llegó al mundo la mujer irreverente (6 de julio de 1922), autora de títulos memorables como Al sur de mi garganta (1949), Memoria de la fiebre (1958), Versos de amor (1963), La ceiba me dijo tú (1979), Desaparece el polvo (1983), Calzada de Tirry 81 (1987), Se me ha perdido un hombre (1993) y Libreta de la recién casada (1998).
Considerada una de las más sobresalientes poetisas de hispanoamérica, Oliver Labra cultivó una lírica distintiva, que navegó –según los expertos- entre el romance de la cotidianidad, una tendencia erótica al recrear los placeres de la carne y una obra elegíaca, incluso con tintes dramáticos y feministas.
Premio Nacional de Literatura (1997), la escritora dejó como herencia un caudal de versos impresos en la memoria colectiva del pueblo de esta isla caribeña, entre los cuales sobresale el más afortunado de sus textos, –como lo calificó la autora-, Me desordeno, amor, me desordeno.
Laureada con el Premio Nacional de Poesía (1950), supo articular coherentemente los desenfrenos amorosos descritos en sus líneas con el contexto político y social de la época que le tocó vivir, evidenciando altas dosis de reflexión y fascinación por su ciudad natal: Matanzas.
De acuerdo con el poeta y ensayista Virgilio López Lemus, ella no puede dejar de escuchar y expresar el clamor social, de modo que su poesía amorosa estuvo signada por un marco civil, por una participación múltiple en la vida.
Por su parte, el bardo Israel Domínguez calificó a la también doctora en derecho como una mujer longeva, atrevida, sabia, con mucha fuerza en sus textos, que “mostró desenfado y valentía”, de tal manera que su obra literaria sedujo y escandalizó, a partes iguales, a la sociedad de la segunda mitad del siglo XX.
Profesora de pintura, dibujo y escultura, además de promotora cultural, Carilda Oliver rubricó su talento atrevido y desprejuiciado en volúmenes como Desaparece el polvo, uno de los predilectos de la autora “por su audacia y transgresión de determinados conceptos y normas sociales”, mientras los sonetos hicieron las delicias de los lectores.
El ingenio de la miembro de la Academia Cubana de la Lengua (2005) destacó a la par de producciones épicas como Canto a Fidel (Castro), dedicado al líder histórico de la Revolución cubana, el Canto a Martí (1953) y otras piezas inspiradas en mártires de la isla como Frank País, José Antonio Echeverría, Abel Santamaría, suscritos en el libro Los huesos alumbrados.
Pese a su muerte el 29 de agosto de 2018, su poética vive como ese “recuerdo para soportar la fatiga” y desde el silencio sus palabras vibran y desordenan como un himno de emancipación o un desafío a la cordura.
(PL)