Febrero, 2025.- Desde hace varios meses este redactor se ha dedicado a intercambiar de forma pública y privada con trabajadores y profesionales de distintos sectores para conocer la manera en que se valora su trabajo en los lugares donde permanecen la mayor parte del día entregando saberes y habilidades en beneficio común.
Confieso que la mayoría de estos encuentros incluyeron desde directivos de entidades hasta auxiliares de limpieza, y en muchos casos descubrimos insatisfacciones y criterios negativos sobre el actuar de las administraciones y los sindicatos en la atención personalizada a los miembros del colectivo donde actúan.
Existe una sentencia inequívoca donde se plantea que no pocas veces la gente que busca aportar y crecer en lo que hace no se desmotiva por sí misma; son otros con su inercia y desinterés, falta de liderazgo, egoísmos y ambiciones personales, burocratismos e indecisiones, pobreza de visión para ofrecer soluciones a tiempo, deficiente sentido de la comunicación, rechazo al diálogo y soberbia incluso, quienes provocan la perdida de recursos humanos básicos o de alta calificación y valía para el desarrollo socioeconómico de la entidad, del territorio y del país.
Y no existe un solo sector que escape a este fenómeno en mayor o menor medida.
En las condiciones actuales de Cuba, y frente a retos gigantescos marcados por la migración, el envejecimiento poblacional, la informalidad del empleo y el éxodo de trabajadores calificados hacia un extremo del espectro ocupacional con salarios bastante sustanciales corresponde a los Consejos de Dirección y a los que cortan el bacalao en cualquier nivel del sector estatal, presupuestado y empresarial prestar mayor atención al fenómeno del abandono laboral.
Es preciso darse cuenta, a tiempo, y conocer hasta el mínimo detalle del estado anímico de los trabajadores en cada lugar, qué les preocupa; cuál su situación familiar, económica e incluso moral; indagar con frecuencia si necesitan ayuda y agotar las alternativas para hacerlo, sabiendo siempre que “toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz”.
Nadie, y digo nadie: ni el Partido, ni el Gobierno; ni en la cooperativa cañera o en el hospital; ni la fábrica o la dirección del movimiento obrero, ni la escuela o cualquier otro organismo, empresa o institución debería conformarse ante la salida de un trabajador de excelencia por causas subjetivas que pudieron remediarse a tiempo.
En esa ruleta rusa perdemos todos; pierden la administración, los servicios, la producción, el entorno laboral, la unidad, el sentido de pertenencia y del deber; y pierden la confianza, el pueblo y la economía; pierde el país y pierde la Revolución.
Nadie es imprescindible, dirán algunos, pero hay gente necesaria, comprometida, altruista, enamorada de su quehacer, y nadie tiene derecho a destruirle los sueños y el proyecto de vida trazado por una deficiente gestión de los recursos humanos.
Si algún sindicalista, representante político, directivo o funcionario de cualquier escalón se siente aludido por este comentario, créanme que está redactado con toda la intención del mundo.