Junio, 2024.- “Primero me dejo cortar una mano antes que escribirle a mi esposo para que sea un traidor”; así, de manera categórica, respondió Amalia Simoni Argilagos, cuando en plena Guerra de los Diez Años y prisionera de las fuerzas españolas se le requirió que escribiera a su cónyuge, Ignacio Agramonte, para que abandonara la lucha.
Nacida el 10 de junio de 1842 en una familia acomodada de Puerto Príncipe, actual Camagüey, Amalia vivió en Europa, donde perfecciona sus conocimientos de inglés, francés e italiano, y de regreso a su ciudad natal inicia relaciones de noviazgo con Ignacio Agramonte y Loynaz, con quien se une en matrimonio en agosto de 1868.
Al comenzar la lucha insurreccional por la independencia de Cuba, el joven esposo se compromete en los trabajos conspirativos y participa activamente en la preparación del alzamiento en Camagüey, y Amalia que resultó ser una mujer comprometida con su tiempo dejó atrás sus comodidades citadinas para marchar a los campos insurrectos, donde fue una activa colaboradora de las fuerzas mambisas, prestó servicios en hospitales de campaña, sufrió los rigores de la cárcel y luego del exilio.
Para subsistir y ayudar a la familia dio clases de piano y de canto, y tras la muerte del amado esposo mantuvo su decisión de continuar sus aportes a la causa libertaria; protegida por la emigración revolucionaria trabajó en los clubes patrióticos y ofreció funciones benéficas con destino a la lucha armada.
José Martí, que reconoció la valía de esta luchadora independentista, escribió en el Periódico Patria: “Por la dignidad y fortaleza de su vida; por su inteligencia rara y su modestia y gran cultura; por el cariño ternísimo y conmovedor con que acompaña y guía en el mundo a sus dos hijos, los hijos del héroe, respeta Patria y admira a la señora Amalia Simoni, a la viuda de Ignacio Agramonte”.
Al finalizar sin independencia la Guerra Necesaria que organizó José Martí, Amalia se opone tenazmente al intervencionismo yanqui y a la Enmienda Platt; el gobierno le ofrecen ayuda económica por ser la viuda de El Mayor Ignacio Agramonte, pero la rechaza afirmando: “Mi esposo no peleó para dejarme una pensión, sino por la libertad de Cuba”.
