Florida, 31 ene.- Amigos: “Lo que se permite, se promueve”, eso ya lo repetí una vez por esta vía y lo reiteraré de nuevo para ver si, de tanto hacerlo, la frase encuentra oídos receptivos en aquellos con la sagrada misión de mantener el orden y el respeto en el ámbito institucional, social y comunitario.
En esta ocasión la frase encuentra su diana en un fenómeno que por viejo y por molesto ha reunido kilogramos de tinta, millones de palabras, decenas de comentarios y miles de críticas sin que asome por algún lado la solución esperada o, al menos, la imposición de la disciplina y el imperio de la ley para estos casos.
No lo demoro más: me refiero al impacto de la música alta difundida en la calle, en los barrios o en centros recreativos a cualquier hora; esa que, por capricho y gusto de algunos, venganza de otros, interés monetario de terceros o exceso de testículos de unos cuantos, rompe los tímpanos de la mayoría, altera el equilibrio nervioso de lactantes, enfermos y ancianos y desbarata la calma a la cual también tienen derecho vecinos y transeúntes.
Y es que, sin duda, un número considerable de las indisciplinas y otros fenómenos negativos que impactan el normal desarrollo de la sociedad cubana en la actual coyuntura se relacionan con la falta de prevención, la permisibilidad y descontrol imperante en demasiados espacios, actividades y procesos de todo tipo.
Lo digo por enésima vez: “lo que se permite, se promueve”: motorinas, coches y bicitaxis que retumban como disco móvil en la vía desviando la atención de conductores y peatones; bafles en viviendas que amenazan con derribar cubiertas propias y ajenas sin motivo que lo justifique, solo por el deseo de los dueños de escuchar el hacha del bebecito o la última invitación melodiosa a tener el sexo más rico del mundo, en lo cual incluyen al resto de los moradores del entorno, a la cañona y sin consulta previa.
Discotecas y centros nocturnos que tiempos atrás funcionaron hasta las dos de la madrugada los sábados y hasta medianoche el domingo, teniendo en cuenta el derecho al descanso de quienes trabajan la semana entera, y hoy, sobre todo en los privados, el volumen de la gozadera no reconoce límites de horarios.
Mucho más pudiera decirse sobre el tema de lis decibeles musicales, de su tiranía en estas tierras y del desamparo legal y administrativo de quienes se resisten a perder la audición o a pasar una noche entera desvelados mientras ciertos grupos extralimitan su tiempo de asueto nocturno, consumen litros de ron y cerveza y llenan los bolsillos de los primeros responsables de ponerle freno al escándalo reguetonero fuera de lugar.
Y yo pregunto ¿Dónde están, que hacen y que esperan fulano, mengano, ciclano y esperancejo, encargados de encabezar esta batalla y atajar ese mal en consideración a su investidura institucional, jurídica, legislativa o popular?
Algunos me dirán: ¡Hum, más de lo mismo y total, no se resuelve nada! Yo respondería: ¡Sí, más de lo mismo, hasta que la racionalidad, la vergüenza, el civismo y el imperio del derecho ajeno y del orden para este fenómeno retornen a su lugar de origen para evitar, mientras sea posible, que la ley del Oeste, aquella de la violencia, la ofensa, los tiros y los puñetazos, se instale sin retorno en esta comarca camagüeyana!
Y ya concluyó mi gente, pero, ¿No lo he vuelto a repetir verdad? ¿No? Entonces lo recuerdo otra vez: ¡Lo que se permite, se promueve, se multiplica, se enreda, hace daño, y si hacemos la vista gorda por miedo, por inercia o por conveniencia, acaba con la quinta y con los mangos!