El primero de enero de 1899 comenzó oficialmente la ocupación estadounidense de la Isla, con lo que Washington desconoció 30 años de lucha y tuvo las manos libres al aplicar una política para la división y desmontaje de los órganos representativos de los independentistas.
Días antes, el 10 de diciembre de 1898, se firmó El Tratado de París tras finalizar la guerra hispano-cubano-estadounidense, sin la presencia de los representantes del pueblo cubano, y mediante el cual el dominio español sobre Cuba dejó de existir y dio paso al auge del moderno imperio de los Estados Unidos.
De acuerdo con ese tratado pagó a España 20 millones de dólares y tomó posesión de Cuba, Puerto Rico, Guam y las Filipinas.
Ese día culminó una de las contiendas más cortas y provechosas para el naciente imperialismo norteamericano, que intervino en la Isla presuntamente para ayudar al pueblo cubano a afianzar la libertad.
El joven marxista ruso Vladimir Ilich Lenin al analizar el desarrollo de aquella contienda, la calificaría años después como la primera guerra imperialista de la época.
Pero mientras se definían los trascendentales cambios de la geopolítica mundial, la mayor de las Antillas -ajena al destino que se le deparaba como centro de los apetitos expansionistas del poderoso vecino-, tampoco tenía nada que celebrar del fin de la guerra que dejó el país en ruinas, sin independencia y en la que murieron más de 200 mil de sus hijos, alrededor de la cuarta parte de su población.
En medio tal frustración, el Generalísimo Máximo Gómez sintetizó magistralmente el panorama nacional:
“La actitud del Gobierno Americano con el heroico Pueblo Cubano, en estos momentos históricos, no revela a mi juicio más que un gran negocio, aparte de los peligros que para el país envuelve la situación (…)”.
Al referirse a la salida de las tropas españolas precisó: “Tristes se han ido ellos y tristes hemos quedado nosotros; porque un poder extranjero los ha sustituido (…)
“La situación pues, que se le ha creado a este Pueblo; de miseria material y de apenamiento, por estar cohibido en todos sus actos de soberanía, es cada día más aflictiva, y el día que termine tan extraña situación, es posible que no dejen los americanos aquí ni un adarme de simpatía”.
Esa estratagema imperial del “negocio” denunciado por el gran dominicano tuvo a un fundamental colaborador en Tomás Estrada Palma, entonces delegado del Partido Revolucionario Cubano (PRC), quien secundó la maniobra imperial de no tener contraparte alguna entre los patriotas, disolvió esa organización inconsultamente en el propio diciembre de 1898 y completó su obra con el cierre de su órgano, el Periódico Patria.
El próximo paso de las autoridades intervencionistas en 1899 fue lograr la disolución del Ejército Libertador, relegado después de terminadas las acciones bélicas a lugares lejos de la ciudad, y viviendo de la limosna de los hacendados y campesinos.
Tuvieron éxito las maniobras de la prensa estadounidense y de sus autoridades, dirigidas a estimular divisiones entre la última representación de la república mambisa, la Asamblea de Santa Cruz y el Cerro y el Generalísimo Máximo Gómez alrededor de las condiciones para la también disolución de las fuerzas mambisas.
La Asamblea, a diferencia de Gómez, aceptó la propuesta de un donativo del gobierno norteamericano, destituyó al prócer independentista como General en Jefe y eliminó ese cargo; poco después se logró la disolución de las fuerzas mambisas.
Además, en la frustración y división en las filas independentistas tuvo mucho que ver la muerte de los principales líderes como Antonio Maceo y José Martí, quien tenía muy clara la estrategia frente a los planes de Estados Unidos sobre los que alertó tempranamente en su carta a Manuel Mercado, escrita horas antes de caer en combate, el 19 de mayo de 1895, en la que proclamó que toda su acción política era evitar que el naciente imperialismo cayera con su fuerza sobre Cuba y los pueblos latinoamericanos.
Con la primera intervención yanqui a la Isla se crearon condiciones para la preparación de la república neocolonial, instaurada el 20 de mayo de 1902, la que abrió una etapa superior de lucha de los cubanos contra el nuevo sistema que se quebraría el primero de enero de 1959, mucho antes del siglo estadounidense que según los teóricos del naciente imperialismo se impondría en Cuba.