La Habana, 30 nov.- Ayer la volvimos a ver desde la altura, hasta la que volaba, para descargar su remate. Nos mostró, desde su humildad y desde la sensibilidad que la arropa, a todas sus compañeras, a Mireya Luis, a las dos Regla, Torres y Bell, a Tania Ortiz, a Zoila Barro, quien llegó con ella en los inicios de los años 90; a Idalmis Gato. Pero también porque ella se sabe fruto de una herencia, a las dos Mercedes, Pomares y Mamita Pérez, a Ana Ibis, a Imilsis Téllez, a todas las de las generaciones del voleibol revolucionario.
Yumilka Ruiz le dio al voleibol su cuarto título olímpico, en lo que ya es un hito de la Convención Científica de la actividad física y el deporte, que se convirtió en Academia, porque a ella le tributan los académicos e investigadores. Sí, ayer, en pleno ambiente de ciencia, de saberes y de conocimientos, la camagüeyana hizo una excelsa defensa de su tesis de Doctorado.
La ya doctora advirtió que lloraría. Recordó a la formadora de su ser, deportivo e inmensamente humano; para su mamá, siempre presente, fueron sus primeras palabras de agradecimiento; para Raisa O’Farrill, quien no llegó a estar porque la vida nos pone esas zancadillas en medio de las realizaciones, la Yumi, con el pecho ahogado, le dio las gracias, porque ella fue quien le dijo: «Vamos a estudiar».
A uno de sus tutores, Idolo Gilberto Herrera, al que el mundo del voleibol y los cubanos conocemos como el Venado, forjador de la única medalla olímpica del sector masculino, la de bronce de 1976, en Montreal, lo coronó campeón bajo los cinco aros: «Esta es su medalla de oro». A su otro conductor, Bergelino, le agradeció por calmarla. Así lo hizo con su esposo, con su abuelita, su tía, sus hermanos… y con cada uno de los que allí vieron cómo la ciencia se enriquecía desde la visión metodológica e investigativa, pero también a partir de un imprescindible reservorio práctico.
Cómo desarrollar y evaluar la capacidad de salto en el jugador de voleibol, vital para el éxito en un deporte de tanto rigor físico y de enigmáticas y veloces decisiones, sobre el reto de más de dos metros y 30 centímetros de altura, fue el eje de su investigación; una tesis que, por su rigor, el alto dominio del tema, y por las herramientas utilizadas y puestas en práctica, mereció la nominación al Premio de Ciencias José Yáñez Ordaz, que otorga el Inder, y la de mejor tesis doctoral del año.
Su ejercicio y su ejemplo nos trajo a Fidel, al deportista mayor, pues Yumilka es justamente la realización de aquella frase de agosto de 1963: «El deporte forma parte de la educación; pero no se puede concebir un buen atleta si no es un buen estudiante, no se puede concebir un buen campeón si no es un buen estudiante».
–Tuviste momentos grandes y tensos, plagados de éxitos como jugadora; ahora está este. ¿Se parecen?
–Los dos son muy emocionantes, los dos significan vencer un reto. En la cancha estaban mis compañeras, que juntas, siempre juntas, éramos una maquinaria de jugar voleibol, casi perfecta.
–En la cancha era un equipo, un deporte colectivo, aquí estás tú en el estrado, nadie más, es deporte individual. ¿Te sentiste sola?
–Eso es lo que parece, pero nosotras jamás nos separamos. Cada frase que dije aquí me llenaba de seguridad, cuando levantaba la vista y las veía a ellas, porque vinieron jugadoras de todas las generaciones, me sentía como en el terreno, abrazada y segura. Ese es mi equipo, es también mi familia, nos extrañamos cuando dejamos de vernos, aunque sea un día.
Fue entonces que volvió a apretar el pecho y, desde su investidura doctoral, lo recordó a él: al hacedor de esa unidad, al profesor, al amigo, el entrenador exigente y recto, pero más que todo eso, el hombre que las dotó a todas de esa sensibilidad que Yumilka Ruiz Luaces regaló ayer en Afide-2023; para Eugenio George la última capitana de las Morenas del Caribe, lo abrazó cruzando sus brazos sobre su pecho. Él estaba allí, con ella y sus compañeras, como siempre.
Tomado de Granma