Durante los días 18 y 19 de noviembre, 371 cubanos residentes en 56 países asistieron a las sesiones de la IV Conferencia La Nación y la Emigración, en La Habana. Cientos de familiares, funcionarios, amigos y conocidos los acogieron y compartieron con ellos desde varios días antes de los horarios formales del evento, y aún varias jornadas después muchos andarán por la geografía cubana en mil propósitos.
Es difícil marcar en una fecha precisa el inicio de la conferencia y será quizás imposible fijar su fecha de terminación. Las razones son varias. Es cierto que la tercera conferencia sucedió hace 19 años, y también es cierto que no existe ningún compromiso sobre la regularidad de las mismas hacia el futuro. Pero es innegable que cientos, miles de cubanos han estado en contacto permanente con su país de origen en los últimos años y así será en el tiempo por transcurrir, con o sin eventos de por medio. Para ellos, conectarse con Cuba no es algo excepcional.
De la serie de conferencias iniciadas en 1994, esta última es quizás la que más se ha beneficiado de los pasos, medidas y cambios que se han implementado antes del evento y no durante el mismo. De hecho, en esta oportunidad las iniciativas principales no giraron alrededor de “nuevas medidas”, pues hubo que dedicar bastante tiempo a explicar y compartir lo ya hecho, en particular desde la aprobación de la Constitución en el 2019.
Es inevitable que tanto los que apoyan la organización de estas reuniones, como aquellos que las cuestionan, hayamos sacado la cuenta del tiempo transcurrido entre unas y otras: la primera, en 1994; segunda, en el 95; tercera, en el 2004, y cuarta, en el 2023. Es cierto que se han distanciado cronológicamente entre sí, pero esa no es la lectura principal.
Se comprende mejor por qué han sucedido en cada uno de esos momentos si recordamos que se han organizado en coyunturas fundacionales para el país. En el 94 y el 95, apenas comenzaba el despegue en los años del llamado Período especial. En el 2004, comenzábamos a enfrentar el llamado Plan para una Cuba Libre de George Bush y ahora hemos sobrevivido los efectos de la covid-19 y del bidentrumpismo. Todas estas son coyunturas en las que comprendimos que la fuerza se nos multiplica si actuamos en conjunto.
Hemos vuelto a rendir tributo, y no cabe otra palabra, a aquellos jóvenes que antes, durante y después del llamado diálogo del 78 vencieron los miedos de sus padres y de su entorno para llegar hasta la isla que estaba en su sangre y los hacía distintos. Respeto también para los cubanos de este lado del malecón que comprendieron entonces que comenzar aquella re-unión era necesario y vital. Pero aún transcurrieron años antes de que lográramos desconectar la posibilidad de celebrar estos eventos, en la magnitud requerida, de los altos y bajos de la política estadounidense contra Cuba. Hoy la realidad es otra.
A inicios de los años noventa, se iniciaba un proceso acelerado de crecimiento y expansión del servicio consular cubano. Había cambiado de forma brutal la geopolítica del mundo. Cientos de cubanos de antes viajaban en listas de intercambios con países amigos, ahora necesitaban un pasaporte para documentar su identidad en un universo distinto. Otros miles, que estudiaban o trabajaban en destinos donde, además, habían constituido familias, vieron surgir nuevas fronteras a su alrededor, que los alejaban de su país de origen. Algo similar sucedió al reiniciarse los vuelos chárter por razones familiares desde EE.UU.
Dicho de otra manera, desde inicios de los noventa, una muy diferente cantidad de cubanos comenzó a visitar territorio cubano sin viajar. Entraban y salían de los consulados cubanos en el exterior para recibir servicios, manifestar quejas, reclamar apoyos, o sencillamente para comunicarse en un nuevo ambiente cultural “con alguien que realmente lo podría comprender”.
En esta última conferencia se trataron de resumir los antecedentes de aquellos años, faltaron algunos y se sobredimensionaron otros, pero toda la lógica de entonces era alrededor de cómo reconectarnos y lograr que el vínculo fuera sostenible. Se pusieron en vigor medidas de índole migratorio-consular, otras para posibles estudios en Cuba de ciudadanos y descendientes. Comenzaron pequeños proyectos culturales. Y entonces llegaron los ocho años de un ensayo pretrumpista en la figura de George W. Bush.
Las épocas no se comparan, ni la intensidad de los planes contra Cuba tampoco, pero vale recordar y explicar a los más jóvenes que la fijación de aquel Gobierno con la Revolución cubana llegó no solo a definir un plan detallado para aplastarla, sino que incluso se nombró a la persona que ejercería las funciones de gobernador de la Isla, una vez derrocado el Gobierno. Una especie de Guaidó tempranero.
Se debe apuntar también que en aquellos años prácticamente todo el énfasis del proceso se situaba en el vínculo del emigrado con el país de origen y no era una parte fundamental de la ecuación lo relativo al proceso inverso; es decir, el que está en la Isla y sale al exterior con carácter temporal o permanente. Dicho de otra manera, hablábamos sobre cómo se reducían las restricciones para inmigrar, mientras se mantenían vigentes las que existían para emigrar.
Todo ello dio un giro radical con la reforma migratoria de 2013. Y esta es una de las razones por las que se puede afirmar que esta última conferencia no requería de nuevas acciones durante su celebración, porque había muchas de carácter trascendental que habían sucedido antes y que por sí mismas fabricaban un nuevo contexto.
Esta conferencia sucede y no precede a los cientos de acciones y contactos de las asociaciones de cubanos residentes en decenas de países, a acciones colectivas ante Parlamentos en diversas capitales, a festivales culturales enormes o puntuales, pero que pusieron a bailar a la mayoría al compás de una misma música.
La lista de lo que puede considerarse novedoso en la conferencia de 2023 es extensa y quizás transcurran semanas antes de poder completarla, o no suceda nunca. Sin expresarlas en orden de importancia, se pueden proponer algunas:
- Ninguno de los participantes que vinieron desde el exterior se estaba “reconectando con su país”. Ya lo habían hecho mucho antes y algunos ni siquiera transitaron por la época de “desconexión”. Aún más, podría afirmarse que casi todos los asistentes, incluyendo el más joven, de sólo 14 años, traían su “propio maletín” en términos de proyectos ya desarrollados o por desarrollar, desde la cultura hasta las mipymes, desde un aula hasta una iglesia.
- Nunca antes estuvieron presentes en los paneles y en las actividades colaterales tal variedad de funcionarios cubanos, desde el más alto nivel (entiéndase presidente, primer ministro y ministros) hasta aquellos que se especializan en temas específicos. Y aclaremos que no sucedió antes por falta de interés o compromiso, sino porque la diversidad del diálogo es ahora mucho más abarcadora y llega casi a todos los sectores de la vida del país.
- Se reiteraron los agradecimientos formales e informales a la inmensa obra de los emigrados, en particular ante los embates de la covid-19 en Cuba. Se fundieron en un abrazo varias veces los expertos cubanos que crearon las vacunas con aquellos líderes de gremios en el exterior que aportaron jeringuillas desechables y otros insumos que hicieron posible inmunizar a nuestra población. Hay que apuntar, además, que varios cientos de emigrados buscaron refugio en Cuba durante la pandemia.
- Todos los que vinieron del exterior al evento lo hicieron con su pasaporte vigente, sin la necesidad de utilizar documentos complementarios, sin límites para la estancia. Aún más: por primera vez muchos de los allí presentes coexisten en su visión con lo de allá y lo de aquí, porque viven ambas experiencias al mismo tiempo, están repatriados. El recorrido ahora no fue aeropuerto-conferencia-aeropuerto, sino hogar-conferencia-hogar.
- Buena parte de las intervenciones no fueron en el sentido de lo que hay que cambiar para “yo poder hacer”, sino dirigidas a lo que “puedo hacer” en función de lo que ya ha cambiado, cuál es mi espacio y en qué medida crece. Se produjeron varias referencias a diálogos frecuentes, grupales o personales con Cámara de Comercio, Ministerio de Educación, congregaciones religiosas, asociaciones deportivas y otras.
- De más está decir que la obra, el pensamiento y el cómo hacer de Fidel Castro estuvieron presentes en toda la preparación y realización del ejercicio, pero es la primera vez que el mismo es conducido por dirigentes y expertos que no formaron parte de la generación histórica de la Revolución, que convivieron con los inicios del proceso y no lo fundaron por sí mismos, que garantizan la continuidad.
- Es también la primera ocasión en que las palabras “Estados Unidos” se mencionan una menor cantidad de veces. Los residentes allí fueron otra vez mayoría, pero de manera exigua. Las dinámicas de los lugares de destino de los emigrados son cada vez más diversas. Es, además, un diálogo con vida propia, por mucho que se desee interrumpir o condicionar desde Washington.
- Como nunca antes, se adquiere una conciencia de que la emigración es un tema de la historia cubana reciente que se debe estudiar, investigar, documentar, como única alternativa para trasladar las enseñanzas a jóvenes generaciones que ya comienzan a ser actores principales del proceso.
Fueron muchos y de diverso origen los jóvenes que se acercaron ahora a este ejercicio, con convicciones firmes, enfoques y compromisos nuevos. Habría que decir que sorprendieron por su preparación, tanto profesional como por la coherencia de sus propuestas. No tienen dudas de que los distinguen ante el mundo su condición de cubanos, el verso de Martí, la capacidad única para enfrentar retos, para producir novedades y reír mientras otros se lamentan.
Desde la academia se plantearon preocupaciones convincentes sobre la necesidad de estudiar mejor este fenómeno, para estar en capacidad de establecer políticas y comportamientos que respondan al análisis de hechos objetivos. No se trata solo de lo que se puede apreciar “en el exterior”, sino también hacia el interior de nuestro país, porque hay muchas personas a quienes hay que explicar, decisores que se deben entrenar.
En este mundo cada vez más complejo, el país se fortalece, y no se debilita, teniendo a sus nacionales en muchos destinos explicando procesos y que sirven como referencia ante peligros que son comunes. Lo hace solo si está conectado con la mayoría de sus connacionales.
Al hablar de aquello en lo que hay coincidencias, vemos pasar tras nosotros la sombra de lo que en sus diversos matices y actuaciones hemos denominado contrarrevolución. Están prohibidas las ingenuidades en este proceso, tanto como lo estuvieron antes, pero seríamos víctimas de una ignorancia implacable si no nos percatamos de quiénes son los que se estremecen y tiemblan cada vez que avanzamos por este camino. Quizás el reto sea cómo hacer permanente lo que logramos solo en coyunturas.
El Ministerio de Relaciones Exteriores de la República de Cuba, y en particular su hoy Dirección General para Asuntos Consulares y de Cubanos Residentes en el Exterior, ha respondido durante 30 años por la responsabilidad principal desde el Estado cubano como ente conector con esa gran, y cada vez más creciente, masa de ciudadanos que habitan fuera de fronteras. Pero ese nexo se ha diversificado de forma extrema y va mucho más allá de cuestiones consulares, migratorias, políticas, legales.
Quizás sea el momento de regresar al concepto de innovación y preguntarnos cuál es ese algo distinto que podemos incorporar para ser más integrales en la visión que generemos de este tema y para ejecutar de forma más coherente aquello que decidamos.
De momento, no parece que exista una gran preocupación al preguntarnos cuándo será la quinta conferencia, pues lo que debemos lograr es que no se apaguen los ecos de la cuarta. Tampoco se abrirá una expectativa en muchos sobre futuros pasos desde el ámbito oficial cubano, porque ya la dinámica cambió y estamos caminando juntos.