Florida, oct, 2023.- Cuando ya han transcurrido un siglo y 55 años de aquel suceso trascendental acaecido en el ingenio La Demajagua en la parte oriental de Cuba, todavía se escuchan el toque de la campana llamando a reunión; el discurso encendido del primer caudillo; las voces de júbilo de los futuros mambises; el sonar de los primeros disparos y el olor a pólvora, a sangre y a patriotismo reunidos en el instante mismo aquel 10 de otubre de 1868.
Agotadas todas las posibilidades de negociación con la metrópoli, y luego de siglos de oprobio y despojo, solo quedaba una alternativa: conquistar la libertad frente al colonialismo español con la fuerza de las armas.
Esa fue la demanda del entonces terrateniente y abogado Carlos Manuel de Céspedes, quien se convirtió en líder del levantamiento y más tarde en el primer presidente de la República en Armas fundada en la Asamblea Constituyente de Guáimaro, solo unos meses después del alzamiento en tierras bayamesas.
Con aquel gesto adelantado en compañía de los hombres y mujeres que hasta ese momento habían sido sus esclavos, y a quienes liberó del yugo y convocó a sumarse de inmediato al combate por la independencia de la nación criolla, Céspedes entraba en la historia y daba los primeros pasos hacia una vida de sacrificios en la manigua que más tarde lo llevaron a exhibir el honroso título de «Padre de la Patria cubana».
El 10 de Octubre fue entonces más que un grito libertario: fue una antorcha independentista y antiesclavista; fue la fragua de la nacionalidad cubana; la cuna de la unidad y la rebeldía de un pueblo que no descansó hasta lograr toda la justicia y dignidad posibles.
Fue también la semilla del espíritu solidario de una tierra que, al decir del propio Céspedes en el manifiesto leído ese día, “(…) aspiraba a ser una nación grande y civilizada, para tender un brazo amigo y un corazón fraternal a todos los demás pueblos”.
Sin el 10 de Octubre jamás hubiese habido una República mambisa, ni un Máximo Gómez, ni un Antonio Maceo, ni un Ignacio Agramonte “con alma de beso”.
Sin ese momento supremo no tendríamos un Baraguá, un José Martí y una trayectoria revolucionaria heroica y prestigiosa, y así lo reconoció el eterno Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz cuando en la conmemoración del centenario de esa gesta gloriosa, en 1968, sentenció que “En Cuba solo ha habido una Revolución: la que comenzó Carlos Manuel de Céspedes (…) y nuestro pueblo lleva adelante en estos momentos”.
La actual coyuntura económica, política y social del país y del mundo constituye un nuevo reto para la permanencia y defensa de esta misma Revolución que alcanzó la cima del éxito definitivo en 1959, y nos trajo al presente bajo los principios de la ética, el humanismo y la igualdad de oportunidades y derechos a todos los cubanos.
La principal amenaza para Cuba y su pueblo hace un siglo y medio fue la España colonial y ambiciosa; la de hoy se levanta a solo 90 millas, representada por el gobierno del “Norte revuelto y brutal que nos desprecia”, nos bloquea y nos condena a las peores penurias y necesidades, en una guerra económica, mediática, política y psicológica, en busca de lograr la rendición para humillar y desaparecer su ejemplo de la faz del planeta.
Pero aquí está, y estará José Martí para alertarnos con las mismas palabras de denuncia pronunciadas en diferentes conmemoraciones del 10 de Octubre en las propias entrañas de los Estados Unidos, cuando advirtió sobre el actuar del enemigo de entonces, tan parecido al de ahora y cito:
“(…) El deber es mucho. El peligro es grande. Es hábil el provocador. Son tenaces, y vigilan y dividen los ambiciosos. ¡Pues vigilemos nosotros! ¡De pie, como en el borde de una tumba, renovemos el juramento de los héroes! ¡(…)Somos espuela, látigo, realidad, vigía y consuelo. Nosotros unimos lo que otros dividen!”.
¡Los cubanos de hoy, los que defienden el 10 de Octubre sin traicionar su esencia y su legado, son las reservas de la libertad y la soberanía eterna de la Patria sagrada!