Noviembre, 2025.- En la escuela primaria José Antonio Echeverría, donde el bullicio alegre de los niños y el rasguño de los lápices sobre el papel marcan la sinfonía del día, la maestra Enoemy Santos Yera construye futuro con paciencia de orfebre.
Con más de un cuarto de siglo dedicado a la primera infancia, esta educadora no se limita a enseñar letras y números; siembra sueños, disciplina con suavidad y cultiva la curiosidad en quienes apenas estrenan la vida escolar.
Poseedora de la Medalla Rafael María de Mendive que reconoce su entrega al magisterio, Enoemy es una columna del quehacer educativo en Florida. Quienes fueron sus alumnos, ahora adultos, aún evocan cómo les guió la mano para sostener el primer lápiz o a compartir sus juguetes con generosidad.
“Ella no solo instruye; acoge”, comenta Lisandra Barcia, madre de una exalumna, frente al aula adornada con dibujos infantiles. Según sus colegas, su método es un delicado equilibrio entre una paciencia infinita y un rigor pedagógico bien entendido.
“Tiene el don de convertir lo cotidiano en lección: una flor del jardín se transforma en una clase de ciencia, y un simple cuento, en una reflexión sobre ética”, explica Damaris Endre, directora del centro
Pero más allá de los reconocimientos, su legado se mide en gestos cotidianos: el abrazo que devuelve la confianza al niño tímido, los mensajes de agradecimiento de familias enteras, el respeto unánime de quienes comparten con ella la vocación.
Enoemy encarna la esencia de la educación primaria: amor que se ejerce con responsabilidad. Reintegrada a las aulas, la maestra enfrenta los desafíos de la educación actual con la misma convicción, mantiene su clase como un refugio de calidez y creatividad.
Al preguntarle por el secreto que sostiene una trayectoria tan fértil, esboza una sonrisa y asegura que “Cada niño es un universo. Solo hace falta saber escuchar para poder enseñar”.
Una filosofía sencilla, pero profundamente transformadora, que ha hecho de su nombre un sinónimo de excelencia educativa en Florida.
