En una esquina del municipio Playa, donde el sol acaricia las fachadas y el mar parece susurrar canciones de infancia, se encuentra el círculo infantil “Tesorito del mar”. Allí, entre risas diminutas y pasos tambaleantes, Evelyn Yulieth Rosendo Ferrán ha tejido durante 15 años una historia de amor, entrega y vocación.
A sus 35 años, Evelyn no solo dirige el centro: lo habita con el alma. Comenzó como administradora a los 20, pero su compromiso y sensibilidad la llevaron a asumir la dirección. “Aquí mismo”, dice con orgullo. Porque no ha cambiado de sitio, pero sí ha transformado cada rincón con su presencia.
¿Desde cuándo trabajas en el sector de la educación?
—Llevo 15 años trabajando. Empecé a los 20 como administradora aquí mismo, y luego pasé a la dirección por el desarrollo que tuve en ese rol. Me propusieron para la plaza de dirección y acepté. Este es mi segundo año como directora, pero desde que llegué, no he salido de aquí.
Más allá de la planificación de las clases, ¿qué es lo que realmente te impulsa a venir al círculo cada día?
—Los niños. Ellos son la razón de ser para nosotras. Son el motor impulsor del trabajo del educador, porque sin ellos no somos nada. A pesar de todas las situaciones, ellos nos sacan de ese mundo adulto y nos llevan a su infancia. Nos despiertan esa parte de muchacho que aún vive en nosotras. Todo lo que se hace en la institución es para ellos. Cada día me motivo más a trabajar por ellos.
¿Hay algún momento o alguna experiencia concreta que te reafirme tu vocación cada día?
—Mi mamá es educadora. Desde niña estoy en un círculo infantil viendo cómo se trabaja. Eso me motivó mucho. Fue lo primero que hice cuando empecé a trabajar. Me fui por ahí… y de aquí no he salido. Mi mamá es mi motivo.
¿Cómo es la relación que buscas construir con tus niños?
—En el círculo infantil buscamos construir una relación basada en los logros del desarrollo que deben alcanzar. Cada año de vida tiene metas específicas, y trabajamos todo el curso para lograrlas. Pero más allá de eso, la relación se vuelve familiar. Nos preocupamos por los niños que tienen un aprendizaje más lento, que no llegan al ritmo establecido. Cuando se van para preescolar, los extrañamos.
Al final del curso, agradecemos mucho a las familias. Sin ellas, la institución no avanza. Son un pilar fundamental. Nos apoyan en todo, nos dan más de lo que pueden. Cuando planteamos el sistema de trabajo metodológico, ellos se involucran, toman protagonismo. Me dicen: “Directora, no se preocupe”. Y yo no paro, no bajo la guardia. Llego a casa cansada, pero satisfecha. Cada día hago algo nuevo en mi círculo. Eso es lo que me mantiene viva.
La docencia está llena de días buenos y malos. Cuéntame sobre una situación particularmente difícil dentro del círculo. ¿Qué aprendiste de esa experiencia?
—Los días malos vienen, sobre todo, cuando falta personal. Tú te planificas, pero si no viene la fuerza laboral, todo cambia. La dirección se cierra y tengo que subir al grupo. Ese día no hago más nada que atender a los niños. Las actividades se dan, pero no con la calidad requerida. Hay movimientos: una seño que no está preparada para ese año de vida tiene que asumir el grupo. Aunque todas estamos capacitadas, cada cual tiene su planificación.
Y eso se siente. Los niños se entristecen cuando no ven a sus seños. Ellos tienen una guía, un patrón. Me reconocen como directora, pero anhelan a sus seños. Lloran, no se quedan a plenitud. No es como en primaria. Son pequeñitos.
Ese día se resuelve con la mejor disposición. Ellos no tienen culpa. Y de esa experiencia, aunque negativa, se aprende algo positivo: todas somos necesarias. Cuando falta una, se nota hasta en los niños. Por eso les digo: “Todas tenemos que prepararnos para impartir todos los años de vida. Tenemos que apoyarnos cada día más”.
A veces improvisamos actividades que les llamen la atención para cambiarles el ánimo. Y el día fluye. Ellos se van contentos. Las familias también se preocupan. Cuando una seño falta, se nota. Cada salón tiene su año de vida. Yo tengo desde el tercer hasta el sexto año. No tengo segundo porque no hubo proyección de personal. El segundo año lo llevan muchas mujeres porque es muy difícil. Tercero también es edad temprana, pero ya están más espigaditos.
¿Cuántos niños tienes por aula?
—La matrícula del ciclo es de 73 niños. En tercer año tengo 18, en cuarto 15, en quinto 25 y en sexto 14.
En tu opinión, ¿cuál es el rol de un maestro destacado dentro de la comunidad educativa con respecto a sus colegas y a las familias?
—Siempre hay una educadora que sobresale por encima del colectivo, como esta que tengo aquí, Dagi. Pero cada vez que me reúno con mis trabajadoras les digo: “Todas somos una”. No puede ser que una sea menos que otra, porque el objetivo es caminar juntas, en un mismo lugar. El círculo infantil no se divide por años de vida, se reconoce como un todo.
Yo las elogio sin comparar. Les digo que todas tenemos que hacer lo mismo, con entrega. Dalgis, por ejemplo, lleva 25 años trabajando aquí. Ella trabaja la edad temprana, y nadie le quita esa edad porque se entrega en cuerpo y alma. Las motivo con gestos: un almuerzo mejorado el Día de la Mujer, el Día del Educador, el Día de las Madres. Para mí todas tienen un valor. Incluso la que limpia, porque garantiza la higiene, que ahora mismo es imprescindible con el tema de salud en la ciudad.
Las exhorto a prepararse cada día más, aunque no tengamos el personal designado. El proceso sale porque estamos el día entero con los niños. No tenemos auxiliares que se queden en el salón mientras las educadoras se preparan. Todo lo hacemos extra, fuera del horario. Desde que se abren las puertas a las 6 de la mañana hasta que se cierran a las 6 de la tarde, estamos en función de los niños.

Evelyn Yulieth Rosendo, directora del círculo infantil «Tesoritos del Mar», conversa sobre el trabajo diario y el compromiso con la primera infancia. Foto: Marcelino Vázquez Hernández/ Cubadebate
Comparte un ejemplo de cómo has colaborado con una compañera para mejorar el aprendizaje de los niños.
—Aquí todo se hace en equipo. Por ejemplo, cuando celebramos la jornada de Camilo y Che, organizamos actividades donde los niños traen una lámina de Che para la exposición. Son tareítas sencillas, pero significativas. También mandamos orientaciones a las familias cuando vemos niños con pequeñas dificultades.
La preparación metodológica no siempre se hace en el momento exacto, pero se hace. Las educadoras tienen que saber lo que vamos a trabajar en el mes, lo que vamos a orientar a la familia, las efemérides, la preparación política, la asamblea afiliada. Y eso lo hacemos juntas, aunque sea fuera del horario. Porque lo primero es el niño. Lo demás puede esperar.
Como profesional, ¿en qué área específica crees que todavía puedes crecer? ¿Cómo te autoevalúas y qué estás haciendo para mejorar?
—Este es mi segundo año como directora. Y debo cambiar muchas cosas, entre ellas mi carácter. Tengo que ser más flexible. A veces, por falta de experiencia, no empleo el estilo de dirección correcto. Dirigir no es fácil. La práctica va más allá de lo que enseñan los órganos técnicos. Va más allá de la realidad que vivimos en una institución educativa.
Pero tengo algo bueno: interés. Me gusta superarme. Cada día quiero ser mejor. Y pienso que cuando tenga 40, 45, 50 años, voy a ser una buena directora. Porque lo que escogí, lo escogí para quedarme. Yo aquí me jubilo.
Si tus niños pudieran llevarse una única lección de vida al salir del círculo, ¿cuál sería y por qué?
—Que el círculo es el lugar más importante que tiene la comunidad. Eso se lo inculcamos desde pequeños. Les enseñamos a cuidar el entorno, a tener amor propio por los objetos, por todo. Que no se puede pintar la pared, ni arañar la mesa, que hay que cuidar los juguetes que hacemos manualmente.
Ellos luchan por el círculo. Traen el pomo de champú, el pomo desechable, lo que haga falta. Y lo hacen con alegría. “Mamá, acuérdate que lo dijo la directora”, dicen. Y eso me alegra. Porque lo que yo digo llega. Llega a la familia y al niño. Y cuando se logran las cosas, cuando el círculo funciona como una comunidad, yo sé que estoy transmitiendo bien.
Yo soy el pilar, sí, pero no puedo hacerlo sola. Tiene que ser en conjunto. Padres, niños, educadoras. Yo los represento. Y como sé que transmito bien, porque lo recibo, eso me motiva cada día. Hoy me voy agotada, pero mañana vengo con más entusiasmo. Hoy estuve pintando el círculo, por eso tenía otra bata, el pelo recogido. Aprovecho cada espacio para hacer algo positivo.
El papel puede esperar. Lo fundamental es que los niños se lleven una buena imagen de la institución. Que estén contentos, que tengan un estado emocional positivo, que lleguen alegres y se vayan alegres. Para mí, eso es todo.
¿Cómo ha sido el proceso de integrar a las familias de la comunidad al círculo infantil, especialmente en un barrio vulnerable como Buenavista?
—Cuando tú entras a un lugar, te encuentras familias muy dispuestas y otras muy recogidas. Buenavista es un barrio de transformación y estudio, con muchas familias disfuncionales y muy diversas. Cuesta trabajo integrarlas a la institución. Muchas tienen un nivel cultural bajo, no están preparadas, y no recibieron una educación que les enseñara a convivir con respeto en espacios educativos.
Me costaba desde el saludo hasta el vestir. Pero hoy me enorgullece decir que esas cosas las he ido erradicando. Con broncas, sí, pero con firmeza y cariño. Ahora, si una madre viene en short porque estaba pintando en casa, se disculpa, llama desde la puerta, y no entra. Porque aquí hay respeto. No hacia mí, sino hacia la institución.
He logrado que esas familias se acomoden, se preocupen, se respeten. Son 73 familias este curso, pero han sido hasta 108. Y yo como directora tenía que respetarme para que me respetaran. Les digo: “Si la cafetería te permite entrar con escote, es problema de la cafetería. Aquí se entra correctamente vestida”. Y lo han asimilado. Hoy todo el mundo entra con respeto.
¿Cómo logras que las familias se involucren y colaboren con el círculo?
—Me ven como motor impulsor. Yo siempre estoy un paso adelante, dando el ejemplo. Cuando pido algo, lo empleo al momento. Si me traen una colchita vieja, un pomo vacío, enseguida lo ven convertido en algo útil. Y eso los motiva. Me dicen: “Tú no paras”. Y es verdad. Me gusta liderar, pero no para mandar desde lejos. Me gusta estar dentro de la tarea, para que salga bien. No busco perfección, pero sí lo mejor posible.
Para evitar el desgaste profesional, ¿qué actividades o pasiones personales te nutren fuera de la institución? ¿Cómo impactan en tu labor como educadora?
—Si te dijera que tengo vida fuera del círculo, no me lo creería ni yo. Vivo aquí. Los sábados y domingos también. Siempre tengo algo que hacer. Pero sí, hay momentos que dedico plenamente a mi familia. Me ha costado discrepancias en mi relación de pareja porque soy muy del círculo. Tengo un niño pequeño de 3 años y otro de 14 que estudia en la Escuela de Deportes “Mártires de Barbados”. Los domingos son para ellos. Les doy un paseo, aunque mi cabeza sigue en el círculo.
No sé si es una enfermedad o vocación, pero mi familia me apoya mucho. Si no tuviera el esposo que tengo, no podría estar dirigiendo aquí. Él me dice: “Mientras tú sientas que vas a crecer, yo te apoyo”. Y eso me sostiene. Mis hijos también me apoyan. El mayor me dice: “Mamá, ya tú eres directora”. Y eso me llena.
Empecé la licenciatura con su apoyo, para mejorar mi salario y mi preparación. Él me dijo: “Para adelante”. Y aquí estoy, feliz con lo que hago. Me siento muy bien con mi nivel educativo. Admiro profundamente a mi directora municipal, Yaíma Hernández. Es una mujer de carácter, un ejemplo a seguir. También a mi jefa de enseñanza. Son mujeres valientes, que enfrentan tareas sin ver trabas. Yo no quiero estar en sus puestos, pero sí quiero ser como ellas. Desde mi pedacito, desde mi comunidad.
¿Cómo es tu día a día para llegar al círculo desde Marianao?
—Vivo en Marianao. Me levanto temprano y vengo como pueda. A veces en botella, a veces en lo que aparezca. No siempre llego temprano, el transporte está muy malo. Pero aquí estoy. Y cuando no estoy, Dagi me cubre. Ella vive cerca, es mi bastón. Tiene más años de experiencia que yo, y cuento mucho con su opinión. Respeto su antigüedad y su vocación. Me apoya en todo, incluso en mis tareas de la universidad. Es prácticamente mi tutora.
Gracias por compartir tu historia, Evelyn. ¿Algo más que quieras decir para cerrar esta entrevista?
—Gracias a ti por escucharme. Y ojalá existan muchos más maestros como yo. Bueno, debe haber. Pero si esta entrevista sirve para que se valore más el trabajo en los círculos infantiles, para que se entienda que aquí se construye comunidad, entonces ya valió la pena.

Entre risas, juegos y afecto, en «Tesoritos del Mar» se cultivan los primeros aprendizajes. Foto: Marcelino Vázquez Hernández/ Cubadebate
Tomado de Cubadebate

