Bola, incalificable

Bola, incalificable

El 11 de septiembre de 1911 nació en Guanabacoa Ignacio Jacinto Villa Fernández, el músico y compositor que el mundo conocería como Bola de Nieve.

A 114 años de su natalicio, su figura sigue siendo una de las más entrañables y universales de la música cubana.

Tanto se ha escrito, y tan bien, que hacerle justicia es llegar a zonas comunes donde caben casi todos los adjetivos buenos y rotundos, un puñado de dolores, cien o un millar de carcajadas y una docena de canciones para alargar cualquier animada madrugada.

Aceptado el reto de dejarle recado a su memoria, hay que decir que desde muy joven, Ignacio absorbió la riqueza sonora de una localidad cargada de tradiciones afrocubanas, donde los cantos, los toques de tambor y la espiritualidad popular se mezclaban con la vida cotidiana, trasfondo cultural que marcaría de manera indeleble una obra sensible, única, rítmica, expresiva y llena de teatralidad.

Formado en el Conservatorio de La Habana, Villa unió el rigor técnico del piano clásico con la espontaneidad de la canción popular; no por gusto la crítica coincide en que lo extraordinario de su arte fue la manera en que convirtió cada interpretación en un acto dramático y personal: su voz grave, a veces áspera, parecía conversar —e ironizar, enternecer, jugar— con el teclado, en una complicidad irrepetible digna de extrovertido narrador de emociones.

A partir de los años treinta su fama internacional se cimentó, cuando acompañó a Rita Montaner —otra guanabacoense sin par— y fue bautizado con el sobrenombre que lo consagraría; de ahí en adelante, París, Buenos Aires, Ciudad de México, Madrid y Nueva York lo recibieron como a un artista singular, difícil de encasillar, dueño de un estilo que traspasaba idiomas, fanatismos, ideologías y modas.

Sus interpretaciones de Drume negrita o Ay, amor se convirtieron en referencias obligadas, pues revelaban no solo la belleza melódica de la pieza, sino también la personalidad sin artificios de quien la interpretaba.

Por ello, al recorrer su trayectoria, se advierte que Bola de Nieve no encajaba en categorías simples: era, a la vez, un intérprete culto y popular, un humorista y un poeta, un hombre que podía emocionar a públicos de distintas lenguas y culturas; versatilidad que lo convirtió en un embajador de la música cubana, en tiempos en que el mundo apenas comenzaba a descubrir la riqueza del repertorio latinoamericano.

Murió sin aviso previo, en 1971, camino a Perú, en escala por Ciudad de México, lejos de su Guanabacoa; distante también de su Cuba «muy macha» —masculina— y adorada, inseparable, benefactora, el «carapacho de su jicotea» —como solía decir—; y, aunque algunos le habían mostrado otros caminos lejos de una nueva sociedad muchas veces intolerante con sus desafueros amatorios e instintivos, siempre volvió orgulloso y por sus pies, hasta ese día.

Su amiga Chabuca Granda, autora de la insuperable La flor de la canela, se quedó esperándolo en Lima; transformó el reencuentro en lágrimas, al lamentar aquel corazón detenido por obra y gracia de un cruel destino.

Juicios aparte —y me perdonan otra vez las zonas comunes—, todavía el Bola no tiene otro rincón que el del cementerio local adonde fue trasladado más tarde, las huellas y el polvo de aquellos pianos que tocó, alguna elegía de entusiasta periodista, las colecciones y programas de radio que se afanan en venerarlo, y un montón de escombros y detritus urbanos en lo que queda de su morada natal de Guanabacoa.

Hoy, más que conmemoración, es un día para recordar la trascendencia de lo singular, el valor de la belleza y de la resistencia cultural; basta con escuchar su piano y su voz para reconocer una de las expresiones más auténticas de la identidad cubana.

Aquel niño que creció entre cantos y tambores, llegó a erigirse en una de las voces más universales de la Cuba del siglo XX; música, religiosidad, herencia africana y española, amalgama de pregón, fiesta, dolor, pasión, humus de sensible raíz de barrio, explosión rellolla, delicadísima, negra y genuina, en frac o en levita.

Tomado de Cubasi

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