La historia de Cuba, desde el triunfo revolucionario de 1959, constituye un testimonio épico de resistencia ante una adversidad monumental. En el núcleo de esta resiliencia, además de un partido comprometido con su pueblo, con una ideología emancipadora y una estructura que es el propio pueblo organizado, se encuentra un principio vital que ha sido columna vertebral del proceso revolucionario: la unidad. No es una consigna vacía ni un recurso retórico; es un valor estratégico, moral y cultural profundamente arraigado en la conciencia del pueblo cubano y en su proyecto socialista.
Forjada en el fuego de la lucha, la unidad ha sido a la vez escudo ante la agresión imperialista y motor de la construcción revolucionaria, condición indispensable para la defensa de la soberanía nacional y para el avance de las transformaciones sociales.
Fidel Castro: la unidad como pilar existencial de la Revolución
Desde los primeros pasos de la Revolución, el Comandante en Jefe Fidel Castro comprendió con excepcional clarividencia que la continuidad del proceso emancipador cubano dependería de su capacidad para aglutinar al pueblo en torno a un horizonte común de dignidad, justicia social y soberanía. La unidad fue concebida no como una opción, sino como una necesidad vital.
Cuba no solo heredaba la violencia y desigualdad estructural del régimen batistiano, sino que, de inmediato, se convirtió en blanco de la hostilidad de la potencia imperial más poderosa del planeta, a escasos 90 millas de distancia. Frente a esa amenaza persistente y brutal —la invasión mercenaria de Playa Girón (1961), la Crisis de los Misiles (1962), las campañas de sabotaje, terrorismo, guerra biológica, y el bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por Estados Unidos— la respuesta fue siempre la unidad.
Fidel supo elevar esa unidad a la categoría de principio sagrado. La presentó como trinchera ideológica, como herramienta de defensa activa, pero también como fuerza propulsora de la construcción socialista: la unidad movilizó la alfabetización, extendió la salud y la educación a todos los rincones de la Isla, consolidó el internacionalismo cubano en África y América Latina, y creó una cultura política sólida, participativa y comprometida.
Bajo su liderazgo, la unidad dejó de ser un gesto de supervivencia para convertirse en el cimiento del socialismo cubano. No era una unidad impuesta ni acrítica: se forjaba en la participación, en el diálogo constante entre dirección revolucionaria y pueblo, en la vivencia cotidiana del proyecto colectivo. Y fue el General Raúl Castro quien, en los años siguientes, profundizó y sistematizó esa visión estratégica, adaptándola a nuevos contextos, pero conservando su esencia.
Díaz-Canel: continuidad y defensa del legado unitario en tiempos de mayor complejidad
Hoy, en un escenario internacional marcado por la crisis estructural del capitalismo, el ascenso de la guerra como forma de dominación y el recrudecimiento de las políticas de cerco económico, la unidad sigue siendo el eje vertebrador del proyecto revolucionario cubano. Miguel Díaz-Canel Bermúdez, presidente de la República y primer secretario del Partido Comunista, representa la continuidad de ese principio histórico.
Formado en las filas de la Unión de Jóvenes Comunistas y forjado en la práctica de gobierno a nivel provincial y nacional, Díaz-Canel no ha asumido la unidad como un dogma, sino como una tarea política cotidiana. Su liderazgo se caracteriza por una constante reafirmación del valor estratégico de la unidad, especialmente frente al endurecimiento del bloqueo, la crisis postpandemia y las campañas de desestabilización promovidas por Estados Unidos y algunos de sus aliados.
Siguiendo el legado de Fidel, Díaz-Canel plantea la unidad como:
1. Escudo Defensivo: La única fuerza capaz de resistir las presiones externas, proteger la soberanía nacional y contener los intentos de fragmentación social impulsados desde el exterior.
2. Motor Transformador: La energía colectiva imprescindible para enfrentar la escasez, perfeccionar el modelo socialista y avanzar en la actualización económica con equidad y justicia.
Lejos de promover una unidad pasiva o inerte, la entiende como una herramienta para la participación, la crítica revolucionaria y la acción creativa, cimentada en los valores compartidos y en las conquistas sociales de la Revolución. Es una unidad que se cultiva en el barrio, en el centro de trabajo, en las organizaciones de masas, en la cultura de resistencia cotidiana, y en la defensa activa de un proyecto socialista con rostro humano.
Unidad revolucionaria en un mundo convulso
En un mundo marcado por guerras imperialistas, desigualdad abismal, crisis ecológica y descomposición moral de las élites globales, la experiencia cubana se alza como ejemplo de dignidad y coherencia política. En un entorno en el que la fragmentación es inducida, la alienación promovida y el individualismo exaltado, Cuba demuestra que la unidad revolucionaria sigue siendo una herramienta poderosa de los pueblos.
No se trata de negar las tensiones internas, los errores o las críticas legítimas. Pero la defensa de la soberanía, la justicia social y la autodeterminación, ante una agresión externa que no cesa, continúa cohesionando al pueblo cubano en torno a su proyecto. Es una unidad activa y profundamente política, que se articula en función de objetivos comunes.
Esta unidad es posible porque se basa en valores irrenunciables: la salud y la educación universales, la solidaridad internacionalista, la independencia nacional, y una ética colectiva que pone al ser humano por encima del lucro. Es la expresión consciente de un pueblo que ha elegido su camino y está dispuesto a defenderlo.
Unidad como patrimonio y como futuro
La unidad revolucionaria en Cuba no es una herramienta del pasado; es un pacto histórico intergeneracional. Es el resultado de décadas de lucha, resistencia y construcción colectiva. Es, en definitiva, el principal activo estratégico de la Revolución Cubana.
Desde Fidel, que la forjó como principio de hierro, hasta Díaz-Canel, que la proyecta como brújula para navegar tiempos de incertidumbre y cambio, la unidad sigue siendo alma, escudo y motor de la Cuba revolucionaria.
Es ese “bien colectivo irrenunciable” que ha permitido a un pequeño país bloqueado, agredido y permanentemente amenazado, mantener en alto sus banderas, sostener su dignidad y demostrar que otro mundo es posible.
En esta encrucijada histórica que atraviesa la humanidad —amenazada por el imperialismo, por el cambio climático, por la exclusión social globalizada—, la lección de Cuba resuena con fuerza: solo un pueblo unido, consciente y organizado puede resistir, transformar y construir un futuro digno.
Tomado de cubadebate