Junio, 2025.- El 2 de junio de 1899 murió Carolina Rodríguez Suárez, una mambisa cubana que desplegó una intensa actividad en las labores independentista, exponiendo su vida por la libertad de Cuba, por lo que fue conocida por el apelativo de La Patriota; nacida en Santa Clara el 20 de noviembre de 1825, creció en el ambiente colonial de injusticias y sinsabores que sufrían los cubanos, que moldeó su espíritu.
Carolina fue una mujer de un extraordinario atractivo físico, teniendo grandes admiradores entre sus compatriotas, pero a todos los rechazó en aras de sus ideales patrios; participó en diversos movimientos en pos de la insurrección, fundamentalmente en el período de la Guerra Chiquita, prestando su ayuda bajo las órdenes de Carlos Roloff, general de las tres guerras, y con la consideración, el respeto y la admiración de muchos veteranos de aquella gesta.
En esa época, en Santa Clara, Carolina Rodríguez trabajaba a favor de la independencia, estaba al tanto de la conspiración, buscaba el apoyo de hombres probados para aquella empresa y expresó su disposición a participar activamente lo cual manifiesta en la carta a Roloff en mayo de 1878 donde le dice “Quiero que me avises con tiempo, antes de romper la guerra, para irme al campo”.
En su labor clandestina, utilizó los seudónimos Carola Valdés y Cubanacán, exponiendo constantemente su vida para llevar armas, medicinas y correspondencia a sus compañeros; el 29 de abril de 1879 se reunió con un grupo de hombres para establecer y organizar un Club patriótico sujeto al reglamento del Comité Revolucionario de Nueva York.
Los activos trabajos de Carolina Rodríguez, unido a su condición bien definida de enemiga del colonialismo, hicieron crítica su situación en Santa Clara, por lo que se vio obligada a trasladarse a La Habana, continuó sus actividades conspirativas, por lo que fue deportada a Cayo Hueso, donde funda un club patriótico que agrupó a cientos de mujeres para apoyar la lucha, por la independencia de la Patria.
La patriota Carolina Rodríguez Suárez también fue amiga entrañable de José Martí, quien la distinguió como El Alma Cubana y en un artículo publicado en el periódico Patria destaca su condición de trabajadora de una tabaquería, donde despalillaba tabaco y con el modesto jornal que “con sus manos de setenta años” y sus dificultades visuales ya latentes podía ganarse; se ocupaba de distribuirlo entre los clubes que recaudaban fondos para la guerra y los cubanos enfermos en el exilio.