El 26 de mayo de 1799 nació en La Habana el prominente naturalista cubano Felipe Poey Aloy. Hijo de madre criolla y padre francés, aunque vivió parte de su vida en la nación gala, su obra científica estuvo estrechamente vinculada a Cuba.
Inicialmente cursó la carrera de Derecho; sin embargo, Poey fue, sin dudas, uno de los más destacados naturalistas antillanos del siglo XIX. Desde entonces, sus colecciones botánicas, zoológicas y paleontológicas han sobresalido en la historia de las ciencias naturales cubanas. Sus biografías recogen que, tras un trabajo de promoción, fue fundador en 1839 del Museo de Historia Natural, bajo el auspicio de la Real Sociedad Patriótica de La Habana.
Estudios sobre la vida de Poey refieren que fue un hombre de estatura mayor que la mediana, tez blanca y pelo castaño, de muy buen carácter, sencillo en el trato y excelente conversador. Por azares del tiempo y el espacio, en el Seminario San Carlos y San Ambrosio recibió clases de Félix Varela, quien a su vez fue un patriota cuya ejecutoria pedagógica resultó fundamental en la formación del pensamiento nacional cubano.
Durante su estancia en Francia, colaboró con grandes zoólogos parisinos de la época, como Georges Cuvier, a quien se le conoce como precursor de la anatomía comparada y la paleontología. Ha trascendido que el naturalista habanero fue allá, en 1832, uno de los fundadores de la Sociedad Entomológica de Francia. Además, en ese país publicó estudios sobre los insectos.
Su experiencia docente comprendió tanto la enseñanza media como la universitaria. En 1833 regresó a la Mayor de las Antillas. Ejerció como profesor de Geografía de Cuba y Geografía Moderna, así como de lengua francesa y latín. El periodista Pedro Ríoseco ha escrito que, en esa etapa, se vinculó a la Sociedad Económica de Amigos del País, que le encomendó realizar el reconocimiento geológico de la isla de Cuba, y lo nombró posteriormente miembro de mérito, por su destacada labor.
Un artículo de la revista Bohemia señala que, al impartir sus clases, Poey no priorizaba “en sus descripciones y análisis la realidad física y humana de España y el continente europeo, como era habitual en la enseñanza de la época, sino la de Cuba, fundamentalmente, y la de América, Asia y África”.
Felipe Poey no solo fue un científico. También tuvo facetas en la poesía. Su incursión en este campo resultó elogiada por José Lezama Lima, quien incluyó en su Antología de la poesía cubana la pieza de Poey titulada El Arroyo, que, en opinión del novelista, “revela la fineza de su sensibilidad para acercarse a la naturaleza”.
Fue consecuente con sus concepciones naturalistas. Cuentan que en una ocasión afirmó: “Me hicieron cristiano sin consultármelo; la razón y la filosofía me han hecho materialista. No creo en Dios”. Ya a punto de morir, se negó a recibir los últimos sacramentos:
— Quiero morir sin escándalo (…). Si Dios existe, me juzgará por mis obras, no por mis ideas.
Poey falleció el 28 de enero de 1891, a pocos meses de cumplir 92 años. Recibió homenaje póstumo en el Aula Magna de la Universidad de La Habana. Sus restos, exhumados y trasladados posteriormente desde la Necrópolis de Colón, reposan en el recinto universitario, como homenaje a quien ha sido considerado el naturalista más eminente de Cuba y de América Latina durante el siglo XIX.
Tomado de Cubasi