El Congreso del pueblo

El Congreso del pueblo

“El Congreso del pueblo», así le llamó Fidel al encuentro entre las masas populares y los miembros del Comité Central del Partido Comunista de Cuba (entre otros militantes y dirigentes del país) que tuvo lugar en la noche del 22 de diciembre de 1975 en la Plaza de la Revolución.

Horas antes, se había celebrado la clausura de su I Congreso en el teatro Karl Marx.

Ese día, Fidel pronunció dos discursos, dado que dos clausuras tuvo —en la práctica— aquel decisivo congreso, inaugurado el 17 de diciembre de 1975. Una fue a puertas cerradas y la otra, pública, pero ambas tenían al pueblo como denominador común.

Desde ese evento al día de hoy han transcurrido 50 años. La historia nos lanza, otra vez, ante la encrucijada de evaluarnos a nosotros mismos tras el paso del tiempo.

Apenas una rápida revisión del contenido de los numerosos documentos que resultaron de aquella cita política bastará para comprender el rigor que le caracterizó.

Sería romántico pensar que todos guardan absoluta vigencia, y sería una torpeza no volverlos a leer para salvar de la inercia sus ideas más valiosas, que no fueron pocas.
En 1975, a 17 años del triunfo de 1959, el carácter socialista de la Revolución se había desprendido de la vorágine de transformaciones históricas y cotidianas.

Viceversa, la autoconciencia adquirida sobre cuál debía ser el derrotero político e ideológico de la nueva sociedad cubana marcaba con claridad la pauta a seguir en todos los órdenes de la vida colectiva e individual.

Si se quiere acceder a un resumen pormenorizado de aquellas primeras dos décadas de la Revolución, que no fueron en lo absoluto homogéneas, el Informe al I Congreso del PCC presentado por Fidel tiene un elevado valor histórico.

Entre los acuerdos fundamentales del encuentro estuvieron la aprobación de la Plataforma Programática, las Tesis y Resoluciones y el Informe al I Congreso, en el que quedaron expuestos los objetivos estratégicos para el país en el período 1976-1980.

El Congreso del pueblo
El Congreso del pueblo

Un hito político, pero también cultural, se había producido. La joven Revolución ratificaba con determinación su derrotero ideológico: construir el comunismo bajo la guía de un Partido único, marxista y leninista.

Para lograrlo, entre las lecciones que nos legó, es imprescindible citar estas hoy: la realización del socialismo es obra de revolucionarios y patriotas. Con una masa de ignorantes no es posible levantar un país y, mucho menos, llevar a cabo el socialismo. La formación profesional digna de las nuevas generaciones como condición para convertirlas en el sujeto histórico. El vínculo de la lucha nacional con el movimiento revolucionario mundial. La solidaridad internacional como parte de nuestra batalla de ideas. No se puede cejar en la lucha contra los monopolios extranjeros, ni contra la burguesía nacional.

Igualmente, la necesidad de formar una conciencia económica en nuestros cuadros. La centralidad del marxismo como ciencia e ideología de la clase obrera y, por tanto, de la Revolución. La formación de una conciencia comunista, que no es un producto automático de las transformaciones estructurales, sino que hay que forjarla día a día en la experiencia viva de la lucha de clases, en la educación política y en la información nacional e internacional.

Además, la Revolución tiene que marchar hacia hacer desaparecer todas las diferencias entre los seres humanos, y hacernos cada vez más iguales. Luchar contra gérmenes del espíritu pequeño-burgués y del chovinismo.

También, en relación directa con el Partido Comunista de Cuba y su funcionamiento, del informe y de ambos discursos de Fidel el día de la clausura, es oportuno recordar:
la palabra del Partido debe ser sagrada y todos tenemos el deber de velar por ella. El Partido debe garantizar, con su dirección certera, la continuidad del proyecto socialista. La ejemplaridad de sus militantes debe ser intachable. Los cargos no deben implicar privilegios, sino que debe prevalecer el mérito. Libertad y honestidad para que cada militante emita su opinión. Espíritu humano, a la vez que firme, intransigente y crítico. Pureza y honestidad. Preferir la autocrítica a la autocomplacencia; la autohumillación al autoelogio. Ajustar cuentas con nuestras consciencias; no estar conformes con nosotros mismos. Atender a tiempo y detener el peligro del envanecimiento, el peligro del engreimiento, el peligro del endiosamiento, el hábito de tener autoridad, el hábito de tener poder. Preservar y reproducir el espíritu fraternal y humano de nuestro Partido y de nuestra Revolución. La discusión perenne con el pueblo de todas las políticas que rigen el destino del país, pues es de ahí que puede surgir orgánicamente la unanimidad al aprobarla, y no al revés. Una unanimidad resultado de la unidad y no de la indiferencia.

En este contexto, es válido destacar un último elemento, otra de las pertinentes enseñanzas de aquel evento que tanto aportó teórica y prácticamente: la ideología de la Revolución debe sustentarse en las condiciones objetivas que permitan la reproducción material de la vida del pueblo como vehículo para la producción de su subjetividad y espiritualidad.

De ahí que, en aquella oportunidad, se ratificara como hoja de ruta para todos los tiempos que el socialismo en Cuba debía reivindicar un país sin desempleo, sin discriminaciones, sin hambrientos, sin mendigos, sin juego, sin prostitución, sin drogas, sin analfabetos, sin niños descalzos y carentes de escuelas, sin barrios de indigentes, sin enfermos abandonados a su suerte…

Un país que debía oponerse a los sueldos miserables, a la inseguridad social, a la falta de cultura… y que, por el contrario, elevara la capacidad adquisitiva del pueblo, la distribución equitativa de los alimentos y bienes fundamentales, y lograra la eficiencia económica.

Como puede apreciarse, trazar una doctrina clara y segura para el futuro fue uno de los méritos principales del I Congreso. “Una estrella luminosa que nos guíe por ese camino», le llamó Fidel a lo allí discutido y aprobado en función, sobre todo, de los más humildes.

Rescatar las tesis esenciales que legitimaron esa agenda como consustanciales al socialismo cubano puede ser hoy el mejor tributo que le rindamos a aquel congreso, no para volverlas dogmas, sino como faro para reprogramar el horizonte comunista y continuar revolucionando este proyecto de nación.

“Es nuestra ideología la que nos hace fuertes e invencibles –dijo Fidel–. ¡Cuidemos por encima de todo su pureza, desarrollémosla con nuestras modestas experiencias, combatamos sin tregua y sin concesión alguna las ideas reaccionarias del imperialismo y el capitalismo en todas sus manifestaciones!».

En esta batalla, el pueblo –que dentro de la Revolución nunca ha sido una abstracción— fue visto por Fidel como el eslabón clave para dar carácter democrático a una organización de vanguardia, nuestro Partido Comunista, que, sin ser de masas, fundamentalmente se nutre de la clase trabajadora.

Aquella noche del 22 de diciembre de 1975 en la Plaza, se vivió un ejercicio de verdadero civismo y participación política.

El líder le habló a las masas, compartió lo que tanto se había discutido durante esos días, les ratificó que el contenido de los documentos aprobados era el resultado de lo que antes se había debatido con la gente, y no solo entre los militantes. Como se hizo costumbre, lanzó preguntas que los allí presentes respondieron a viva voz con convicción y unidad; identificó al enemigo histórico de la Revolución y ratificó nuestros principios.

Por eso, el I Congreso se clausuró en dos tiempos y solo se dio por concluido cuando Fidel, primer secretario del Partido, acudió a la Plaza y se dirigió al soberano en el que también fue el “Congreso del pueblo».

Tomado de Cubadebate

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