En los últimos años, la televisión cubana ha representado con mayor frecuencia un tema profundamente doloroso y complejo: el abuso sexual infantil. Series y telenovelas han incorporado esta problemática en sus tramas (Lía, la adolescente violada por su padrastro en El rostro de los días; y Manolo, en Sábados de gloria, a quien Karelia, Omara y Rita tenían terror), no como simple recurso dramático sino como reflejo de una realidad que durante mucho tiempo ha permanecido silenciada.
Desde narrativas que exponen el abuso como un patrón heredado entre generaciones hasta representaciones más sutiles en las que personajes con trastornos de parafilia cruzan límites bajo una aparente normalidad, la ficción ha abierto una ventana incómoda pero necesaria.
Al hacerlo, no solo interpela al espectador sino también plantea la responsabilidad de los medios y la necesidad de generar espacios seguros para el diálogo, la prevención y la justicia. Cuando la pantalla se convierte en espejo, el silencio deja de ser opción.
Anabel
Tenía doce años. Jugaba con muñecas, corría por los pasillos del edificio, vestía una licra que aún guardo en el fondo de un cajón. No por nostalgia, sino porque el dolor no siempre se archiva a voluntad. Ese recuerdo, como muchos otros, está ligado a un nombre que alguna vez significó amor: mi abuelo.
“Yo lo amaba como se ama a alguien que te cuida. Como se ama a alguien que parece bueno”, confiesa la mujer, hoy madre de una niña de ocho años. Su testimonio, estremecedor y valiente, revela cómo el abuso sexual infantil puede esconderse tras los vínculos más sagrados. “Mi niñez fue asesinada por un abusador”, sentencia.
El relato no solo expone el horror del abuso, sino también la complejidad emocional que lo rodea: el miedo de la adolescente a destruir la familia, la confusión ante lo inexplicable, el silencio como mecanismo de supervivencia.
“No lo conté. Me lo guardé y me alejé. Me hice la fuerte. Me hice la que olvida. Pero no se olvida. No se puede”.
Hoy, como madre, ha transformado el dolor en protección. Cada noche le recuerda a su hija que su cuerpo es suyo, que puede contarle todo, que siempre le creerá. Es un acto de amor, pero también de reparación.
Hablar sobre y desde la pedofilia
La Dra. Elvia de Dios Blanco, especialista en psiquiatría y sexualidad del Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX), ha atendido múltiples casos de este tipo. Para la realización de este reportaje, explicaba que, desde el punto de vista médico, la pedofilia es un trastorno parafílico caracterizado por una excitación sexual recurrente y persistente hacia niños o niñas de 13 años o menos.
El agresor debe tener al menos 16 años y ser cinco años mayor que la víctima. Aunque puede iniciarse en la adolescencia, es el único trastorno parafílico que también puede aparecer en la edad intermedia o incluso avanzada de la vida.
La psiquiatra anotaba que la comprensión del perfil clínico y los factores de riesgo asociados a ciertos trastornos de parafilia exige una mirada crítica, capaz de reconocer las complejidades que subyacen en estas conductas.
Entre los antecedentes más frecuentes se encuentran historias de abuso sexual, físico o emocional durante la infancia, así como la presencia de dinámicas familiares disfuncionales. A esto se suman comportamientos antisociales, hipersexualidad y el consumo de sustancias psicoactivas, que pueden actuar como catalizadores en la configuración de patrones de conducta desviados.
Clínicamente, la mayoría de los casos diagnosticados corresponden a hombres, muchos de los cuales llevan una vida aparentemente convencional: están casados, tienen hijos y, en ocasiones, eligen profesiones o pasatiempos que les permiten estar cerca de menores, como la docencia, la fotografía de niños o el cuidado infantil.
El incesto, por su parte, representa hasta un 20% de los casos registrados, y la atracción puede manifestarse de forma exclusiva hacia niñas, niños o ambos. Este panorama, aunque inquietante, resulta fundamental para el diseño de estrategias preventivas y de intervención que prioricen la protección de la infancia y el abordaje integral de quienes presentan estas patologías.
En sus procederes, los actos pueden ir desde el exhibicionismo y la masturbación en presencia del menor, hasta el contacto físico y penetración. Algunos agresores racionalizan sus actos como “educativos” o creen que el niño obtiene placer, lo que agrava el riesgo de reincidencia.
Tres de ellos ilustran la complejidad del trastorno:
- Un hombre de 40 años, casado, fue sorprendido por su esposa tocando al hijo de ella. Admitió sentir obsesión por observar el desarrollo genital de adolescentes que conocía desde niños. Recibió tratamiento con evolución satisfactoria.
- Un ingeniero de 42 años, divorciado, fue acusado por su hija de abuso desde los ocho años. El padre confesó haber sentido atracción tras verla bañarse, y posteriormente la incitaba a acariciarlo. El caso se judicializó y el hombre pidió ayuda psiquiátrica.
- Un técnico informático de 20 años, con ideación suicida, confesó que le gustaban las niñas entre 8 y 11 años. Nunca las tocó, pero sus pensamientos le generaban profundo sufrimiento. Recibió psicoterapia y medicación, logró establecer una relación afectiva adulta y comenzó estudios universitarios.
Los casos tratados respondieron positivamente a la psicoterapia cognitivo-conductual y a inhibidores de la recaptación de serotonina. El abordaje clínico requiere confidencialidad y un enfoque multidisciplinario. No todos los individuos con pedofilia cometen delitos, pero el riesgo de actuar sobre sus impulsos exige atención especializada.

Los casos de abuso sexual infantil que no se denuncian implican un riesgo aún más grave y prolongado para el bienestar de los niños, niñas y adolescentes. Foto: Enrique González Díaz (Enro)/ Cubadebate
El impacto del abuso
Las secuelas del abuso sexual infantil son profundas y duraderas. La víctima del testimonio inicial lo resume con una frase que duele: “Algo se rompió. Algo que no se puede pegar con abrazos ni con tiempo”. El trauma no solo afecta la infancia, sino que se proyecta en la adultez, en la maternidad, en la forma de amar y confiar.
Como sociedad, tenemos la responsabilidad colectiva de enfrentar con sensibilidad y firmeza los desafíos que plantea el abuso infantil y los trastornos asociados. Para ello, es fundamental promover campañas educativas que informen sobre la naturaleza de estos desórdenes mentales y sus riesgos, desmontando mitos y generando conciencia.
Asimismo, debemos fortalecer la formación de profesionales en salud mental y educación, dotándolos de herramientas éticas y clínicas para detectar, intervenir y acompañar con eficacia. Crear espacios seguros donde las víctimas puedan expresarse sin miedo ni estigmas es otro paso esencial hacia la sanación y la justicia.
Fomentar el diálogo familiar sobre el consentimiento y el respeto por el cuerpo desde edades tempranas no solo previene, sino que también empodera a niñas y niños en el reconocimiento de sus derechos. Estos gestos, aunque sencillos, pueden transformar profundamente el tejido social y abrir camino hacia una cultura más protectora, empática y consciente.
Mapa para la ayuda

El Centro de Protección a Niños, Niñas y Adolescentes (CPNNA), sito en Avenida 7, no. 609, Playa, La Habana. Foto: Enrique González Díaz (Enro)/ Cubadebate
Con el propósito de conocer e informar hacia dónde acudir, cómo pedir ayuda y qué hacer para denunciar un caso de esta índole llegamos al Centro de Protección a Niñas, Niños y Adolescentes (CPNNA), sito en el municipio capitalino de Playa.
En entrevista a Jacqueline Teresa Veliz González, Primera Especialista de la Dirección de Atención a Menores, acerca de la protección integral ante el abuso infantil en Cuba, aclaramos varios conceptos.
¿Cuál es la diferencia entre pedofilia, pederastia, abuso lascivo y otros tipos de abuso sexual como el grooming?
—Es muy importante distinguirlos. La pedofilia es una atracción sexual hacia menores, mientras que la pederastia implica el acto sexual con ellos. El abuso lascivo se refiere a tocamientos o actos sin penetración, pero con intención sexual. Y el grooming es una forma de abuso que ocurre en entornos digitales, donde el agresor manipula emocionalmente al menor para obtener favores sexuales.
¿Cómo funciona el sistema cubano una vez que se detecta o se denuncia un caso de abuso infantil?
—En Cuba, desde el 2003, existe el Centro de Protección a Niñas, Niños y Adolescentes (CPNNA), donde especialistas estudian cada caso con profundidad. Antes de esa fecha, los niños debían acudir directamente a la unidad de policía y repetir su testimonio varias veces, lo que generaba una revictimización dolorosa. Ese año, gracias a una colaboración con el Reino Unido, se creó el primer centro especializado en Cuba para evitar ese sufrimiento.
Desde entonces, basta con que el padre o madre denuncie lo que el niño contó, incluso si es algo mínimo como “me tocó alguien”, para iniciar el proceso. El menor es atendido en un entorno acogedor, acompañado por su representante legal, y el centro está diseñado para recibir niños desde los tres años, edad en la que lamentablemente ya se han registrado casos.
El proceso incluye exploración, preparación y entrevista, y los psicólogos trabajan para eliminar el sentimiento de culpa, común en los menores, especialmente cuando el agresor es una persona cercana como padrastros, vecinos, maestros, padres o abuelos.
Paralelamente, se orienta a la familia, ya que muchas veces el entorno facilita el abuso por falta de control, baja percepción de riesgo o conductas inadecuadas como el alcoholismo.
La entrevista oficial se realiza una sola vez en una sala especial, con la presencia de todas las partes involucradas, y es conducida por un instructor especializado, mientras que la preparación emocional corre a cargo del psicólogo. Esta entrevista se graba en audio y video, y los padres pueden verla en tiempo real desde otra sala, lo que garantiza transparencia y evita que el niño repita su testimonio.
¿Qué señales pueden alertar que un niño está siendo abusado, aunque no lo diga?
—Es una pregunta muy importante. Cambios bruscos de conducta, retraimiento, miedo a ciertas personas, alteraciones en el sueño o el apetito, rechazo al contacto físico, entre otros. Los especialistas están entrenados para identificar estos signos, pero también es vital que los padres estén atentos y confíen en su intuición.
¿Se ha incrementado el número de denuncias en los últimos años?
—Sí, pero no necesariamente porque haya más casos, sino porque se denuncia más. Antes, muchos abusos quedaban ocultos por miedo al “qué dirán”, por proteger la imagen familiar. Hoy hay más conciencia y más confianza en el sistema de protección.
La educación juega un papel fundamental en la prevención: desde edades tempranas se debe enseñar a los niños sobre el respeto a su cuerpo, el derecho a decir “no” y a identificar conductas inapropiadas. También es clave capacitar a maestros, médicos y otros adultos que interactúan con menores.
El sistema enfrenta retos como fortalecer la atención integral, ampliar la cobertura de los centros especializados y continuar sensibilizando a la sociedad, porque el abuso infantil no es solo un problema legal, sino un problema humano que requiere compromiso colectivo.
El mensaje final para las familias es claro y urgente: escuchen a sus hijos, créanles y protéjanlos. Un niño que habla necesita ser acogido sin juicio, y uno que calla requiere aún más atención.
La protección comienza en casa, pero debe extenderse a toda la sociedad.
En el sistema cubano, cada etapa del proceso de atención a menores víctimas de abuso está diseñada para evitar la revictimización. Luego de la exposición, se incluye un cierre emocional que ayuda al niño a salir del estado de tensión, reafirmándole que no tiene culpa alguna.
En casos de discapacidad, se incorporan intérpretes para garantizar la claridad del relato. El testimonio grabado se convierte en prueba judicial, evitando que el menor tenga que comparecer en juicio. Si se requiere aclaración, se realiza en espacios protegidos, sin presencia del acusado.
Además, se formula una pregunta clave al final: si le ha pasado algo más, lo que ha permitido descubrir otros delitos ocultos. Todo este proceso refleja un compromiso profundo con la justicia y la integridad emocional de los niños, y subraya que el primer paso para protegerlos es creerles.

Jacqueline Teresa Veliz González, Primera Especialista de la Dirección de Atención a Menores. Foto: Enrique González Díaz (Enro)/ Cubadebate
Visibilizar el fenómeno
El trastorno de pedofilia, la pederastia no pueden entenderse solo desde la patología. El abuso sexual infantil requiere una mirada integral que incluya prevención, detección temprana, tratamiento especializado y sobre todo, justicia y reparación para las víctimas. El silencio, como el que guardó Anabel durante décadas, no debe ser la norma. La escucha, la protección y el acompañamiento deben ser el camino.
Porque cada niño merece crecer sin miedo. Porque cada historia como esta merece ser contada. Porque romper el silencio es el primer paso para sanar.
No podemos permitir que el miedo omita el abuso. Hay que denunciar, hay que proteger. Porque el bienestar emocional y físico del niño debe estar por encima de cualquier otra circunstancia.
Este es un tema sobre el que Cubadebate continuará trabajando….

Centro de Protección a Niñas, Niños y Adolescentes (CPNNA). Foto: Enrique González Díaz (Enro)/ Cubadebate.
Tomado de Cubadebate

