OPINIÓN: El nuevo rostro de La Vieja Cuba

OPINIÓN: El nuevo rostro de La Vieja Cuba

Un experto en descarrilar debates, en lugar de situarlo en el apócrifo blog La Joven Cuba y su nuevo rostro, alentó la duda en torno a los invitados, y propició la discusión equivocada. En realidad, creo que cada uno de ellos respondió según lo que piensa, con sinceridad, como han hecho en otros foros; sus opiniones, desde hace varios años, son parte del debate nacional, estemos o no de acuerdo con ellas. Esas entrevistas muy pocos las hubiesen visto sin esos invitados. Ninguna hubiese suscitado esa curiosidad, de haber aparecido en un medio estatal. Como ha escrito González Penalva, el medio era el mensaje. Insisto, la mayor apuesta del nuevo/viejo proyecto era que nos distrajéramos en acusaciones que estimulan la lectura, y olvidáramos lo importante: el medio y sus fines.

Un pequeño recordatorio. La Joven Cuba, ese espacio que yo apoyé en sus inicios y del cual fui uno de sus impulsores (eso lo saben los tres fundadores), a pesar de las recomendaciones de Ted Henken ¬¬—el agente estadounidense que creó un simpático blog bilingüe, y estableció contacto amistoso con algunos blogueros cubanos, para luego visitarlos en un “tour” de trabajo por la isla, primero el de Yoani Sánchez (¿alguien se acuerda de ella?) y luego, uno a uno, el de cada joven crítico contactado¬¬—: “acérquense a Yoani, dialoguen con ella y aléjense de los oficialistas, ustedes son el futuro”, dijo como “buen” amigo. Su mapa de la blogosfera cubana, con ínfulas académicas, permitió a los repartidores de fondos otorgar viajes y becas. La Joven Cuba, el medio/mensaje al que nos referimos, devino paso a paso en una tribuna contrarrevolucionaria y su influencia real fue reduciéndose.

Creo que el giro actual, es el resultado de un profundo y podríamos decir, certero análisis de esa realidad. No es un cambio real, es un reacomodo discursivo (¿o han engañado a la Embajada de Noruega?). El país se ahoga en una crisis provocada por el bloqueo recrudecido, con medidas quirúrgicas añadidas, como ellos gustan decir, y sin embargo, la Revolución no se cae, la gente resiste. De repente los tanques pensantes del imperio han entendido que, a pesar de las condiciones extremas en las que transcurre nuestra vida (falta de electricidad y en ocasiones de agua y precios inalcanzables para la canasta básica), persiste en la población un deteriorado pero infranqueable muro ideológico que mantiene la apuesta histórica por la justicia social y la independencia. En Cuba existe una reserva moral cuyas proporciones verdaderas habían subestimado. Si los cubanos de hoy —en su mayoría nacidos después de 1959— no son indiferentes ante la pobreza, ante el destino de los otros, es porque somos hijos de la Revolución. El razonamiento del imperialismo es simple: las medidas de asfixia económica ya están, funcionan, ahora es necesario empujar suavemente, con un lenguaje cercano a la gente (y ello incluye tópicos revolucionarios), que inculpe al gobierno y acreciente la desconfianza, para introducir en la mente de las personas el deseo de un cambio de sistema. De todos los espacios que la contrarrevolución sostiene en Cuba, este era, por su ya lejano origen universitario, el más apropiado. Para ello nada mejor que usar a interlocutores revolucionarios, aunque a veces la jugada no les salga del todo bien.

Pero hay dos novedades evidentes: la aceptación del bloqueo estadounidense como un obstáculo a superar, y el señalamiento de que antes en Cuba no existía, por ejemplo, la mendicidad, pequeño pero contundente reconocimiento implícito del éxito de la Revolución (la mendicidad es endémica en el mundo, y especialmente en América Latina). Saben que tienen que repetir frases tan comunes en boca de la población como “esto no sucedía antes”, y ese antes no es la república mediatizada. No creo que lleguen a exaltar como hace la gente sencilla del país, la figura de Fidel. Pero como apostilló un entrevistado, antes de responder a la pregunta en torno a los cambios supuestamente exigidos por la población, “habría que definir también de qué cambios se trata”.

La verdad, no expresada por los constructores del espacio, es que el capitalismo aumentaría exponencialmente la pobreza y la mendicidad en Cuba y conduciría a una pérdida de la soberanía nacional. Por eso no mencionan jamás las palabras capitalismo o socialismo, como si los cambios estuviesen desvinculados de la política —el ejercicio del poder de una clase sobre otra— como si una actitud pragmática pudiera saltárselas.

Vivimos una cruzada para abolir los límites, no precisamente los que cercenan la libertad. El asalto es a los límites conceptuales de toda identidad política: no existen, supuestamente, derecha o izquierda, capitalismo o socialismo; existen, eso sí, personas buenas o malas, soluciones eficaces o ineficaces. Para ello nada más eficaz que la libertad de pensamiento al estilo burgués: se exhibe todo en igualdad de condiciones, lo que implica una desigualdad de base por la hegemonía cultural que detenta el capitalismo global, y por la manera fraudulenta en la que se construye esa “diversidad”. Pero si aparecen medios tecnológicamente capaces de competir y la verdad revolucionaria, por accidente, se impone, inmediatamente se prohíbe y se reprime. Que lo cuenten RusiaToday, TeleSur o Al Jazzeera. Que lo cuenten los estudiantes estadounidenses que protestan contra el genocidio en Gaza. La unidad no es ajena a la auténtica diversidad, pero se construye en y para la Revolución.

Una pregunta formulada a uno de los invitados da vueltas en mi cabeza: ¿este es el país que nos prometieron? Estremece la distancia: ellos, los que prometen; nosotros, los que recibimos la promesa. La pregunta encierra la trampa: ellos somos nosotros. No hay un ellos, existe un nosotros. Nos prometimos, todos, otro país y trabajamos duramente por alcanzarlo. Y sí, logramos cosas increíbles. Pero no todo, y no de forma permanente. Ellos, en verdad, son los de enfrente, los que dijeron “no podrán”, e hicieron y hacen todo para impedirlo. ¿Ponerle fecha de cumplimiento al “venceremos”, como si nunca antes lo hubiésemos alcanzado, en un contexto de guerra despiadada? El Goliath que nos enfrenta no es solo el gobierno estadounidense, es el imperialismo occidental, cuyo liderazgo lo sigue ejerciendo Washington. Pero sí, existen planes de desarrollo que contemplan la permanencia del bloqueo. Nadie más empeñado en avanzar hacia el horizonte que los cubanos nos prometimos, que el Gobierno revolucionario. Y La Vieja/Joven Cuba, y sus instructores, lo saben.
 
Qué triste es, me dijo en una ocasión Pascal Allende, ex secretario general del MIR chileno en la época de la dictadura, no pertenecer a una esperanza colectiva. Hace unos días lo sentí de nuevo, viendo una película sobre las vidas de Bob Dylan y de Joan Báez, aunque Hollywood pase muy por encima del trasfondo político que los unía en los años sesenta y las reduzca a dos historias paralelas de amor y éxito. Pero el amor en aquellos años saltaba de lo privado a lo público, del compromiso social compartido a la intimidad amorosa. “Con las mismas manos de acariciarte estoy construyendo una escuela”, escribía en 1962 Roberto Fernández Retamar.

Qué tristeza despiertan esos jóvenes que se distancian de la esperanza colectiva, esos niños que creían “merecer” (les hicimos creer, sus padres, que lo merecían) el paraíso prometido; algo que debieron recibir y no les fue entregado. La Revolución no es eso: es el júbilo de construir juntos una sociedad mejor, más humana, “desafiando a poderosas fuerzas externas e internas”, sucios, rientes, enamorados, en la trinchera común, que puede convertirse en Parlamento como pedía Cintio Vitier, si no dejamos caer el fusil, ni creemos que debemos escuchar a Martínez Campos. No, tampoco nos acostumbramos a que exista pobreza en Cuba, por eso no aceptamos que nos vendan la “solución” capitalista.

No importa que el tono sea desenfadado, que el ambiente sea de sobremesa, las preguntas y las intenciones giran en torno a un yo desvinculado de los sueños que vivieron varias generaciones de cubanos. Ellos no fueron defraudados, porque la mayor recompensa que tuvimos, abuelos, padres e hijos, fue simplemente la de ser protagonistas de una de las historias más heroicas, más bellas, más humanas del siglo XX.

Tomado de Cubasi

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