Florida, 29 abr.- La sociedad cubana enfrenta hoy retos gigantescos en la defensa de un sistema político que se caracterizó siempre por la tranquilidad ciudadana y el respeto al derecho ajeno como baluartes de la obra construida por la Revolución en sus más de 60 años.
Sin embargo, en medio de la realidad actual, cuando se acrecientan las necesidades económicas, se agudizan desigualdades, crecen las carencias y se complica el acceso de la mayoría de las personas a los productos de primera necesidad, por varios motivos, también saltan al ruedo fenómenos que parecían ajenos al normal comportamiento de nuestra ciudadanía, o al menos no tenían cabida ni respaldo entre los nacidos en este archipiélago antillano.
La corrupción descarada y justificada en las necesidades y miserias humanas, bajo la mirada cómplice de ciertos niveles de dirección; el robo y desvío de recursos desde los propios almacenes y empresas productoras, dónde se conforman grupúsculos que controlan casi a la luz del día este tipo de actividades; la prostitución, el tráfico y consumo de drogas, las indisciplinas en barrios y comunidades y el desacato a las leyes en distintos ámbitos no pueden esconderse aquí bajo el tapete o la apariencia de normalidad.
Contra estos flagelos alertó Fidel en múltiples oportunidades, convencido de su efecto cancerígeno para el cuerpo social, y de la capacidad que tienen de revertir conquistas, minar la voluntad y la confianza de la gente en el sistema, o provocar criterios negativos y transformaciones peligrosas en el comportamiento de la comunidad.
La batalla contra el delito, la corrupción, los vicios y las distorsiones exige fuerza, transparencia, cooperación intersectorial, denuncia certera, actos ejemplarizantes y actuar sistemático si de verdad queremos salvar la obra inmensa de una Revolución cuya salud depende de hacer mucho, muchísimo más en este encargo común.