Abril, 2025.- El pleno derecho a la jubilación y la Seguridad Social para todos los trabajadores cubanos, con garantías de pago mensual a través del presupuesto del Estado, se convirtió en una de las principales conquistas de la Revolución desde hace más de 65 años.
Nadie, o casi nadie, que haya trabajado de manera activa y cumplido los requisitos dispuestos por la Ley para el retiro laboral puede decir que le faltó está asistencia como premio al esfuerzo de años dedicados a la construcción de la nueva sociedad cubana, en el momento de alcanzar el merecido descanso y dejar atrás el sobresalto y las obligaciones para cumplir con el deber diario.
Sin embargo, la actual coyuntura económica y financiera que atraviesa el país ha tendido un manto de incertidumbre y molestias entre los beneficiarios de la Seguridad Social, un grupo vulnerable donde se incluyen ancianos y personas en situación de discapacidad.
Es cierto, y es preciso decirlo, que tarde o temprano, el dinero de la jubilación y la ayuda asistencial del Gobierno han llegado siempre al bolsillo de los pensionados, pero amigos míos, cuan difícil se les ha tornado acceder con tranquilidad y orden a ese derecho en los últimos meses.
Muchos de nuestros jubilados todavía recuerdan y añoran la etapa en la cual su dinerito del mes les llegaba cómodamente a través de un mensajero, o lo obtenían en la bodega del barrio sin ansiedades, tumultos ni desesperos por medio.
Pero esa comodidad cambió drásticamente a partir del inicio del proceso de bancarización y digitalización de la sociedad cubana con el cual aparecieron las nóminas virtuales, las tarjetas magnéticas, los cajeros dispensadores de efectivo, y detrás de ellos, la escasez de dinero en los bancos, la demora en los pagos, las colas interminables y la incomodidad en varios lugares dispuestos para el cobro de las chequeras en este municipio de Florida.
Llegaron también, como lampreas marinas, la falta de información oportuna y hasta el maltrato y la indiferencia en ciertos espacios, dónde los jubilados se derriten al sol, se desmayan en la espera, o pierden el día completo esperando la llegada del dinero, varados ante la interrupción del fluido eléctrico, o custodiando su turno en colas interminables que se conforman desde la madrugada, e incluso en jornadas anteriores.
Un número considerable de esos mismos abuelitos y abuelitas deben transitar, varias veces, distancias considerables para llegar a los sitios de pago; lo hacen caminando a duras penas, o poniendo sus bolsillos a merced de cocheros y conductores de bicitaxis que no entienden de años ni de cabellos blancos, y mucho menos de vulnerabilidades, limitación económica, invalidez o necesidades perentorias de los veteranos que alquilan ese tipo de servicio.
A estas alturas ustedes me preguntarán: la culpa, la maldita culpa de esta situación, ¿quién, o quienes la tienen? Y yo respondería así, a primera vista: No la tiene nadie, y la tenemos todos.
Parecería una paradoja, o una respuesta salomónica.
Y digo nadie, porque ese ente abstracto no será quien vendrá a resolver ese entuerto por arte de magia, como milagro de Dios, o con la espada de Damocles.
Y menciono a todos: porque en primer lugar unos cuantos de esos ancianos jubilados tienen hijos, nietos, sobrinos y familias que debieran ocuparse y preocuparse más por evitarles las molestias referidas anteriormente, aprovechando las facilidades para representarlos en el trámite del cobro de la chequera.
Segundo: porque en las instancias superiores, y según la Constitución y las leyes, deberían reforzar los sistemas de comunicación hacia la base para evitar especulaciones, desconocimientos e ineficacias en el desempeño de los servicios públicos; tercero, pues en ocasiones un banco para sentarse, un cubo con agua y hasta una explicación con cariño pueden bajar la presión y calmar el desánimo de los no tan jóvenes que permanecen castigados de pie en las colas para acceder al pago de las chequeras.
Cuarto: porque permitimos que aquellos actores económicos estatales o privados que se han apoderado de las finanzas públicas las retengan de forma escandalosa, legal o ilícita, haciendo más difícil la capacidad de egresar efectivo de un Banco Nacional con la obligación de mover grandes volúmenes de papel moneda mientras no existan los mecanismos eficientes y necesarios para la gestión de cobros y pagos en línea y el comercio electrónico de bienes y servicios.
Y un quinto elemento, para ponerle fin a esta relatoría: porque si hablamos y defendemos una política gubernamental de atención priorizada al Adulto Mayor es preciso estar al tanto de sus demandas y necesidades, encontrar soluciones y presionar mucho más para que se cumpla al pie de letra lo establecido por ley, por decreto, o por derecho para el bienestar de los ancianos.
Cuba y su pueblo vivimos momentos complejos y retadores, pero en medio de ese maremágnum de dificultades es preciso discernir lo general de lo humano; diferenciar entre el abrazo colectivo y el beso al desvalido; apreciar más el dolor en la rodilla frente al cuerpo robusto, capaz de resistir las adversidades, sin perder la fe en las bondades y la obra inmensa de la Revolución más inclusiva, honesta y salvadora de todo el hemisferio.