Febrero, 2025.- Este día del año 1874 en desigual enfrentamiento a soldados españoles, muere en la finca San Lorenzo, en la Sierra Maestra, Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo, el abogado revolucionario cubano que inició las guerras por la emancipación en Cuba contra el régimen colonial de España proclamando el 10 de octubre de 1868 su determinación de independencia o muerte y la libertad de sus esclavos.
Cubano viril que fue el terrateniente y marchó al combate al grito de ¡Viva Cuba Libre!, y tras el fracaso en el ataque al poblado de Yara, y ante el ánimo derrotista de algunos, se irguió sobre su caballo y replicó ¡Aún quedamos 12 hombres; bastan para hacer la independencia de Cuba!, con lo que comenzó la tradición patriótica de los cubanos de continuar la lucha después de una derrota.
El 27 de febrero del año 1874 juega Carlos Manuel de Céspedes su última partida de ajedrez teniendo como oponente al capitán del Ejército Libertador José Lacret Morlot, prefecto de San Lorenzo; es en este lugar donde se establece después de su deposición, a la espera de una respuesta del gobierno a su solicitud de que se le otorgara pasaporte para salir al extranjero.
Manuel Sanguily, coronel del Ejército Libertador, resumió el simbolismo de la muerte de Céspedes cuando la describió con poéticas palabras señalando “Céspedes no podía consentir que, a él, encarnación soberana de la sublime rebeldía, le llevaran en triunfo los españoles, preso y amarrado como un delincuente. Aceptó solo, por breves momentos, el gran combate de su pueblo: hizo frente con su revólver a los enemigos que se le encimaban, y herido de muerte por bala contraria, cayó en un barranco, como un sol de llamas que se hunde en el abismo”.
Así dejaba de existir el iniciador de las luchas independentistas contra el régimen colonial español, el hombre que es considerado por los cubanos como el Padre de la Patria; quien fuera Mayor General del Ejército Libertador y el primer Presidente de la República de Cuba en Armas.
Su cadáver fue conducido por los españoles a Santiago de Cuba, donde se le dio sepultura en una fosa común, pero un grupo de revolucionarios rescatan y trasladan sus restos a una segunda tumba para evitar que terminaran en un osario común y hacer realidad su aspiración de “que mis huesos reposen al lado de los de mis padres, en esta tierra querida, después de haber servido a mi Patria hasta el día postrero de mi vida”.
